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31 de marzo de 2025

Viajes con las estrellas. La navegación indígena del Pacífico como guía para el futuro

Por: Brittany Kamai
“I ka wā ma mua, I ka wā ma hope”
(Miramos al pasado para guiarnos hacia el futuro)
Proverbio hawaiano

Todos los seres humanos que han existido han visto las mismas estrellas en el cielo nocturno. La luz que vemos titilar en la oscuridad tardó millones de años en llegar a la Tierra, un tiempo mucho más largo que la historia misma de la humanidad. A excepción de unas pocas estrellas, puedes apostar a que tus antepasados veían el mismo cielo nocturno que tú ves hoy.

Cada cultura tiene su propia relación con las estrellas; se trazan líneas invisibles entre ellas para compartir conocimientos. En algunas culturas, donde una persona ve un caballo, en otras se ve un oso. Algo que para alguien semeja un gran anzuelo, es para otras personas un escorpión. Estas historias de las estrellas reflejan los rasgos dominantes de las sociedades de las que proceden. 

Muchas culturas dependen de los cuerpos celestes como marcadores del tiempo. Por ejemplo, el Sol se utiliza para marcar un día, el ciclo de la Luna para marcar un mes y la salida de ciertas estrellas o constelaciones son indicadores del inicio de estaciones de cosecha. El saber sobre esos cambios estacionales y sus indicadores celestes se conserva en relatos, versos y canciones. 

Los pueblos indígenas del mar  no eran diferentes: mantenían una relación íntima con el medio ambiente y con los correspondientes marcadores celestes como indicadores del tiempo. Una forma profundamente distinta de relacionarse con las estrellas era utilizarlas como medios para navegar por su continente acuático, el océano Pacífico. 

El hogar de los pueblos isleños del Pacífico son los más de cien mil kilómetros cuadrados del océano Pacífico, que conecta las casi veinticinco mil islas y atolones. Los pueblos del Pacífico no se consideran aislados unos de otros. “No nos separa la tierra, sino que nos une el agua” es una famosa cita del navegante nativo hawaiano Brian Keaulana, que resume nuestras profundas conexiones con el mar. 

Para muchas personas es difícil imaginar que los isleños del Pacífico abandonaran sus islas natales y viajaran miles de kilómetros sin ayuda externa para la navegación. La navegación europea depende rigurosamente de mapas, brújulas magnéticas y sextantes, mientras que la de los pueblos del Pacífico confía en su navegante, quien sabe leer todas las señales de la naturaleza que les indican a dónde ir. 

Un navegante practica interminablemente para memorizar los patrones de las estrellas, el movimiento del océano y las señales del clima en las nubes. Aprenden a pasar de una isla a otra siguiendo indicaciones que han sido transmitidas de generación en generación. En lugar de utilizar marcadores terrestres como montañas, árboles o barrancos, los y las navegantes oceánicas se basan en marcadores marinos y en las estrellas para guiar a sus canoas de una isla a otra. 

En sistemas de navegación intactos, como el de la Escuela de Navegación Weriyeng de las islas Carolinas, en Micronesia, las indicaciones entre islas se transmiten de madres a hijas e hijos en forma de cánticos. Sigue estas estrellas, gira a la izquierda donde encuentres una manada de delfines y a la derecha en el arrecife de coral con forma de corazón, y encontrarás el atolón donde se consigue el delicioso pescado que le gusta al jefe. 

Algunas islas son muy altas, con montañas como Maunakea, en Hawái y Haleakala en Maui. Ambas tienen más de tres mil metros de altura e influyen en el movimiento de las nubes. Esto da a quien navega pistas adicionales para captarlas desde lejos de tierra firme en el océano. Los y las navegantes se pueden fiar del hecho de que algunas islas forman parte de un archipiélago y hay cientos de ellas agrupadas. Sin embargo, islas como Rapa Nui, que se encuentra sola en esa parte del océano, suponen un gran reto dado que el pico más alto se encuentra por debajo de los seiscientos metros. En algunas islas del Pacífico, el pico más alto es la copa de un cocotero. 

Tras miles de años de recorrer el mar, la sintonía de las culturas oceánicas con él es muy profunda. Las estrellas les mostraron el camino mientras los cielos, más abajo, les enseñaban acerca de las íntimas conexiones de nuestra vida con todos los seres vivos. La gente en Micronesia conoce dónde se encuentran las partes más profundas del océano desde mucho antes de que se crearan los aparatos sumergibles. En Hawái, la historia de la creación se encuentra con la idea de la sopa cósmica: la vida comienza con el pólipo del coral y todo lo demás se construye desde ahí. La ciencia moderna está lentamente alcanzando este grado de sofisticado entendimiento científico que se cuenta en historias, versos y canciones. 

Mientras exploramos el Universo con instrumentos que van más allá de nuestros sentidos humanos, sería sabio poner todo esto en relación con los conocimientos que nuestros antepasados ya desarrollaron. 
La doctora Brittany Kamai es astrofísica, viajera y aprendiz de navegante. Es la fundadora del Instituto Mana Moana, comprometido con compartir conocimientos ancestrales sobre navegación en océano abierto, una práctica cultural de los pueblos indígenas de la región del Pacífico.
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