Extensión
28 de febrero de 2022
Me quedo en casa
La insania distancia
por coronavirus
me ha impuesto una
conducta antisocial
que trastoca y sacrifica
mis expresiones de afecto:
no más apretones de manos
no más choques de puños
no más abrazos solidarios
no más besos afectuosos
ni más palmadas en el hombro,
solo los buenos días
por teléfonos celulares
y pantallas de computadoras.
Nos hemos vuelto seres
extraños y distantes
y sujetos de sospecha.
Me he exiliado
de mi propia tierra,
soy una isla en un
mar de desconfianza,
en un planeta
cercado por la pandemia.
Vivo expatriado de mi entorno
porque un virus acecha
en cada esquina de un
mercado o un hospital,
en el metro o el autobús
de pasajeros.
La pérdida de hábitos
de cortesía y convivencia
me asfixia y me excluye.
Estoy cautivo en la soledad
de mi hogar donde vivo,
trabajo, sueño, despierto y
deambulo de un lugar a otro
descubriendo sitios
antes invisibles.
Los libros se han vuelto
inseparables compañeros,
la música es un bálsamo,
las películas y series
mi fuga hacia adelante.
Mis manos casi en
carne viva por el jabón,
el alcohol y el cloro diluido,
lloran el aislamiento
y maldicen la falta
de cálido contacto.
Mi cuerpo entorpece
y aletarga su paso.
El baño al comenzar el día
lo trae de nuevo al mundo
pero ya no es el mismo,
camina lento, ya no corre
ni anda en bicicleta.
Cancelé las caminatas
porque el virus ronda
cada vez más cerca,
más letal y menos esquivo.
Las redes sociales
son espacio de
agravios y mentiras,
de batallas verbales
y enconos insalvables,
nadie sale bien librado
de insultos y perjurios.
Prefiero refugiarme
en el calor de una lectura
o el color de una película
para olvidarme del hastío
y esperar serenamente
a que pase la epidemia,
atendiendo con tesón
la consigna universal
que preserve mi vida:
#quédateencasa.
Mayo 8, 2020