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30 de junio de 2022

El conflicto Rusia-Ucrania. Antecedentes, contexto y perspectivas

Por: Eduardo Alfonso Rosales Herrera
LA SEGUNDA GUERRA FRÍA
La llamada Guerra Fría tuvo su primera gran etapa en el periodo comprendido entre 1945 y 1991; sin embargo, en la última década del siglo XX y la primera del XXI, se vio atenuada por el debilitamiento que experimentó Rusia después de la caída de la “cortina de hierro” y el desmembramiento de la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Ese espacio de tiempo fue aprovechado por Occidente (Estados Unidos y la Unión Europea) para arrebatarle a Rusia países que antes fueron parte de la zona de influencia de la URSS y trasladarlos, en términos económicos, financieros, comerciales y monetarios, a la esfera de dominación de la Unión Europea (UE).

Entre 1991 y 2007, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, la República Checa y Rumania cubrieron los procedimientos de firma de asociación, adhesión y membrecía que los convirtieron en integrantes de pleno derecho de la UE.

Algo similar ocurrió en términos militares porque en el periodo comprendido entre 1999 y 2004 la República Checa, Hungría, Polonia, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia se incorporaron a la Organización del Tratado Atlántico del Norte (OTAN), brazo armado de Occidente.

En 2007, en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich, el presidente Vladímir Putin delineó su nueva política exterior frente a Occidente y expresó su rechazo al unilateralismo de los Estados Unidos de América (EUA) y, sobre todo, a la expansión de la OTAN. A partir de ese discurso —con el que comienza el reposicionamiento de Rusia y el aumento de las fricciones entre estos actores— y hasta la actualidad es el periodo que consideramos como la segunda Guerra Fría.

ANTECEDENTES
Como contexto y antecedente cercano de la confrontación entre estos dos bloques, expresada en el actual conflicto ruso-ucraniano, diríamos que en 2011 surgió el movimiento denominado Primavera Árabe, que se inició en Túnez y después se extendió a otros países del norte de África como Libia y Egipto, para posteriormente llegar a naciones del Mediterráneo Oriental. EUA intervino decididamente en Siria (país socio, amigo y aliado de Moscú) para auspiciar los movimientos rebeldes contra el gobierno de ese Estado. El objetivo estadounidense era aprovechar la inercia de la Primavera Árabe y derrocar al dictador Bashar Al Asad para después colocar un gobierno títere, fiel a los designios de Washington. De haber logrado su cometido, EUA le habría dado un duro golpe geopolítico a Rusia porque le habría arrebatado un país más a su área de influencia y, de paso, también le habría quitado la estratégica base militar de Tartus que se encuentra en el corazón del Mediterráneo.



Este ambiente de confrontación llegó a su clímax a finales de 2013 y principios de 2014 en Ucrania, por la ola de protestas conocidas como Euromaidán que llevaron al derrocamiento del presidente prorruso Víktor Yanukóvich quien, bajo presiones de Moscú, rechazó un acuerdo de asociación ya negociado con la UE y, en cambio, optó por estrechar aún más los lazos con Rusia. Ante esta situación, el parlamento ucraniano destituyó a Yanukóvich y convocó a elecciones en las que salió triunfador el candidato proeuropeo Petró Poroshenko.

Este acontecimiento marcó un punto de inflexión porque significó una derrota para Rusia. Sin embargo, Putin aprovechó que la población de la península de Crimea, situada en el extremo sur de Ucrania, es mayoritariamente rusófona y tiene sólidos vínculos étnicos, culturales e históricos con Rusia, para llevar a cabo un referéndum exprés que concluyó en la independencia de Crimea y en su inmediata anexión por Rusia.

Moscú no habría permitido que Ucrania cambiara de zona de influencia llevándose la península de Crimea porque ahí se localiza la base naval de Sebastopol, en la que se encuentra asentada la flota rusa del mar Negro. Como se puede observar en los conflictos en Siria y Ucrania, Occidente pretendió quitarle a Rusia las bases militares de Tartus y Sebastopol, algo que en la lógica y estrategia militar de Putin era inadmisible.

De haberse logrado ese objetivo por parte de Occidente, Rusia se habría debilitado enormemente en términos de su marina de guerra, al perder dos de las seis bases de las que dispone. Las otras cuatro bases navales se encuentran en los puertos de Baltiysk (Flota del Báltico), Severomorsk (Flota del Norte), Vladivostok (Flota del Pacífico) y Astracán (Flota del Caspio).

Al tiempo que ocurría el referéndum y la anexión de Crimea a Rusia aparecieron milicias separatistas en el oriente y sur de Ucrania apoyadas por Moscú, particularmente en la región del Donbáss en la que se ubican las provincias de Donestk y Lugansk. La confrontación entre rebeldes y fuerzas ucranianas en el periodo comprendido entre 2014 y 2022 ha ocasionado la muerte de más de catorce mil personas.

CRÓNICA DE UNA GUERRA ANUNCIADA
Habría que reconocer que Putin había venido diciendo que la expansión de la UE y particularmente de la OTAN hacia las fronteras rusas en Europa Oriental significaba un peligro para la seguridad nacional de su país y que si Ucrania —que, por cierto, recibió una invitación para unirse a la OTAN desde 2014— no adoptaba una postura neutral, Moscú tomaría las medidas que creyera pertinentes.

Podríamos considerar la invasión de Rusia a Ucrania como la crónica de una guerra anunciada si tomamos en cuenta que hubo varias señales que indicaban, desde finales de 2021, que iba a ocurrir; en particular la enorme concentración de tropas rusas en la línea fronteriza entre ambos países.

Es de esperarse que el conflicto se prolongue indefinidamente porque Occidente le está brindando apoyo económico y militar a Ucrania, con lo que busca acorralar y empantanar al ejército ruso en la zona del Donbáss para irlo minando moral y militarmente y, sobre todo, para obligar al gobierno ruso a erogar grandes cantidades de dinero para sufragar la ofensiva militar.

Por su parte, Rusia está llevando a cabo su “Plan C” después de que los dos anteriores resultaron fallidos. El “A” era llegar a Kiev, derrocar al presidente Volodímir Selenzki y designar un gobernante prorruso, algo que no se logró. El “B” era apropiarse de la mitad oriental del territorio ucraniano, en donde se encuentra la mayor parte de la población rusoparlante, lo que tampoco se alcanzó. El tercer plan es conquistar la región del Donbáss para establecer un corredor que una el territorio ruso con la península de Crimea.

Todo lo anterior se constituye en un capítulo más de la muy prolongada lucha geopolítica entre las grandes potencias a las que, por cierto, no les interesa en lo más mínimo el derecho internacional, el derecho internacional humanitario ni los derechos humanos. Los impactos en la población, los heridos y los muertos civiles son tristes, penosos e indignantes daños colaterales.
Eduardo Alfonso Rosales Herrera es doctor en Relaciones Internacionales y profesor de tiempo completo, en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la UNAM.
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