Encuadre   
31 de octubre de 2022

Agroecologías y saberes locales. Aportes para la sostenibilidad frente al cambio climático

Por: Ana Dorrego, Ana Isabel Moreno-Calles y Alejandro Casas
La agricultura familiar, en el contexto actual de crisis multidimensionales que amenazan la disponibilidad de alimentos y profundizan la degradación de los ecosistemas, se erige como fuente de seguridad alimentaria y de mantenimiento de los agroecosistemas frente al modelo de agricultura industrial. En este sentido ha ido ganando la atención y el interés de los organismos internacionales, que declararon 2014 como Año Internacional de la Agricultura Familiar y el periodo 2019-2028 como Decenio de la Agricultura Familiar.

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) este sector engloba a más del 90 % de las fincas en todo el mundo, y produce el 80 % de los alimentos consumidos globalmente. Es importante señalar que son las mujeres rurales, campesinas, indígenas, de pueblos originarios y afrodescendientes, defensoras de la tierra y de los territorios, quienes representan el 50 % de la fuerza formal de producción de alimentos en el mundo, a pesar de que solo poseen el 15 % de las tierras agrícolas (FAO-IFAD, 2019). Son las mujeres, por tanto, quienes producen los alimentos en pequeña escala.

La agricultura familiar es un fenómeno complejo, multiestratos y multidimensional. No se define solo por el tamaño de la finca, como cuando se habla de la agricultura de pequeña escala, sino por la forma en que la gente cultiva y vive. Esta es la razón por la cual la agricultura familiar es una forma de vida. Algunos de los aspectos que caracterizan este tipo de agricultura son, según Van der Ploeg (2013), el control de los recursos (principalmente de la tierra) por la familia; el predominio de la mano de obra familiar; es la principal proveedora de alimentos e ingresos familiares; forma parte de un flujo que hace dialogar al pasado, el presente y el futuro al crear y preservar la cultura; contribuye a la economía rural local y trabaja con la naturaleza favoreciendo la conservación de la biodiversidad y luchando contra el calentamiento global. 

La necesidad de transformación de los sistemas agroalimentarios mundiales, unida a las características de la agricultura familiar, fortalece la propuesta agroecológica como respuesta o estrategia para la justicia alimentaria, para conservar las importantes funciones ambientales de los agroecosistemas biodiversos a favor de la seguridad alimentaria y, sobre todo, para alcanzar la soberanía alimentaria. 

Agroecologías 
Las agroecologías —preferimos el plural por cuanto son construidas desde las diversidades y especificidades de cada territorio y así reconocemos las distintas perspectivas existentes— son áreas de investigación científica y, a la vez, plataformas de acciones y movimientos para la construcción y transformación de sistemas socioecológicos sostenibles. Como campos de investigación, incorporan la visión y herramientas metodológicas de la ecología para el entendimiento de los procesos que ocurren en los agroecosistemas y su entorno. Pero, al ser los agroecosistemas interacciones entre los seres humanos y sus ambientes, las agroecologías necesariamente abordan los procesos sociales que son determinantes en su configuración y funcionamiento. Así, los agroecosistemas son expresiones eminentemente socioecológicas y su abordaje requiere la conjunción de aproximaciones desde las ciencias sociales y naturales en interacción, más allá de las visiones disciplinarias, desde perspectivas inter y transdisciplinarias.

Las personas que se dedican a la agricultura, la pesca, la recolección y el pastoreo, son las manejadoras de tales sistemas y frecuentemente son herederas y representan continuidades de éticas, conocimientos y técnicas milenarias, e impulsan procesos continuos de innovación con una sólida base empírica. Sus conocimientos y experiencias son, por lo tanto, de extraordinario valor y por ello la interacción de las investigaciones académicas con los saberes locales es indispensable para fortalecer las perspectivas de un manejo agrícola sostenible. Tales interacciones dan cuerpo a aproximaciones transdisciplinarias en las que la colaboración horizontal y el diálogo de saberes abren mejores posibilidades para un entendimiento profundo de los sistemas locales y regionales y para desarrollar bases técnicas y organizacionales viables para atender sus problemas. Con base en tales aproximaciones, las agroecologías se proponen diseñar y manejar las condiciones indispensables que permitan lograr la sostenibilidad de los agroecosistemas y de nuestras vidas (Altieri, 2002). Estas metas, dichas de manera simple, representan grandes desafíos científicos, éticos, tecnológicos, políticos, prácticos y de organización social. De ahí que las agroecologías se nutran desde los estudios agronómicos, ecológicos, antropológicos, etnoecológicos y filosóficos y, recientemente, de aproximaciones como las epistemologías feministas, las ecologías y diálogos de saberes y la transdisciplinariedad.

El estado de la agrobiodiversidad y las interacciones entre sus componentes contribuyen al funcionamiento general del sistema, pero igualmente crucial es el contexto cultural, social y económico en que se encuentra. Por ello, su comprensión y el diseño de acciones requiere un abordaje integral y colaborativo. Los sistemas agroecológicos son sistemas complejos. La agrobiodiversidad que los forma incluye la diversidad de cultivos y sus variedades, pero también un amplio conjunto de especies de plantas arvenses y silvestres, de especies de animales, hongos y microorganismos integrado al sistema. Asimismo, la agrobiodiversidad comprende a la variabilidad genética de cada una de esas especies, así como la variedad de ecosistemas que en el entorno conforman un paisaje agrícola o agroforestal y que influyen en los agroecosistemas que se analizan.

Las interacciones entre todos los componentes de esta diversidad influyen en cómo es el sistema, sus riesgos de colapsar o su capacidad de mantenerse en el largo plazo. Así, por ejemplo, la diversidad de especies y variedades de cultivos propicia la complementariedad de nichos que cada especie ocupa en el sistema, beneficios emergentes que resultan de las asociaciones, así como la optimización del uso del espacio, todo lo cual reditúa en la productividad neta, la capacidad de adaptación ante los cambios sociales y ambientales y otros atributos del sistema. La diversidad de componentes de la flora y la fauna propician interacciones que favorecen la presencia de polinizadores, herbívoros e insectívoros que confieren al sistema mayor estabilidad y capacidad de resiliencia, por ejemplo, frente a eventos climáticos inesperados o ante la incidencia de plagas y patógenos. La diversidad en la microbiota del suelo favorece procesos de reciclaje de nutrientes y de otros tipos que facilitan su asimilación por los cultivos y el mantenimiento de la salud de los agroecosistemas y de las personas que interactúan con ellos.

La diversidad de los agroecosistemas en todas las escalas referidas constituye la base que les confiere capacidad de resiliencia. Frente a los escenarios de cambio climático, conservar la agrobiodiversidad in situ y ex situ constituye una estrategia de primordial importancia. El cambio climático, así como otros fenómenos del cambio global son fuentes continuas de presiones sobre las especies y los sistemas que las alojan. Es bien sabido que la diversidad genética es un atributo que permite a las poblaciones biológicas mayores posibilidades de respuestas adaptativas y resilientes frente a condiciones adversas. Una figura similar se ha documentado acerca de la diversidad de especies cuando se analiza la capacidad adaptativa a escala de sistemas.

Las agroecologías como movimientos socioecológicos y proyectos políticos tienen el objetivo y la capacidad de transformar la realidad con base en los principios de autonomía, autodeterminación, igualdad, reconstrucción epistémica y justicia social, entre otros (Zaremba et al., 2021). Las agroecologías actúan en el reconocimiento y significación del trabajo agrícola al tiempo que estimulan la creatividad, las capacidades personales y generan nuevas relaciones de poder a través de la valorización de sus conocimientos especializados (Bezner et al., 2019).

La agroecología como ciencia surgió de las evaluaciones críticas sobre la llamada Revolución Verde que se impulsó desde la década de 1960 a escala global por instituciones internacionales públicas y privadas, incluida la FAO, y que estableció lazos con los gobiernos nacionales en todo el mundo. La estrategia de la Revolución Verde consistía en modelos tecnológicos de producción intensiva con base en unas pocas variedades de alta productividad en sistemas de riego mecanizados e insumos químicos para estandarizar los sustratos y nutrientes, así como para controlar la incidencia de plagas, patógenos y la presencia de arvenses. El modelo no solo resultó ineficaz ante la diversidad de condiciones ambientales y de prácticas agrícolas del mundo, sino que además generó problemas nuevos, entre otros, la pérdida de numerosas variedades locales de cultivos debido a su desplazamiento por
las nuevas variedades surgidas de centros experimentales, un fenómeno denominado erosión genética; la sustitución y abandono progresivo de técnicas locales; la contaminación de cuerpos de agua y suelos y el decaimiento de poblaciones de polinizadores y otros organismos con importantes funciones reguladoras en los ecosistemas, todo ello ocasionado por el uso masivo de agroquímicos, y la generación de nuevos contextos de dependencia económica que en múltiples regiones ocasionaron la migración y el abandono de las prácticas agrícolas y agroforestales, la desarticulación comunitaria y la aceleración de los procesos de pérdida de cultura; la Revolución Verde no solucionó el problema del hambre y generó numerosos riesgos alimentarios y de salud que continúan hasta la actualidad.

Los fenómenos socioecológicos detonados por estos cambios motivaron alarmas desde sus primeras etapas, primeramente en el contexto social y productivo (Freire, 1984) y poco después en el ambiental. En la crítica a los problemas ambientales que desembocó en la Comisión Brundtland, los modelos agrícolas y forestales industriales ocuparon un lugar especial. De igual manera, estuvieron en la emergencia de información que desembocó en la identificación de factores causales del cambio climático y de lo que el ecólogo Peter Vitousek (1994) denominó cambio global. En estos análisis resultó patente la significativa contribución del modelo agrícola modernizador y de los sistemas agroindustriales en los procesos de deterioro. No solamente en términos de emisiones de gases de efecto invernadero, sino también en el alarmante uso de las reservas de agua dulce del planeta, la contaminación y eutroficación de enormes cuerpos de agua y en la cuota acelerada de transformación drástica de los ecosistemas (Barnosky et al., 2012). El balance crítico de este modelo productivo contrasta con su ineficacia en atender el problema de la desnutrición y el hambre en el mundo. Las curvas de aumento de la productividad en los alimentos básicos de la humanidad no corresponden al abatimiento proporcional del hambre y la desnutrición. En este momento se producen más alimentos que en toda la historia de la humanidad y al menos la décima parte de ella se encuentra en una condición de inseguridad alimentaria. Esto ha dejado en claro que el problema no se reduce a desarrollar técnicas para aumentar la producción, sino que los sistemas alimentarios son mucho más complejos y, en ellos, el almacenamiento, la distribución y, sobre todo, el acceso a los alimentos son factores que involucran grandes retos políticos, sociales y económicos. Asimismo, el surgimiento del concepto de soberanía alimentaria, propuesto por la Vía Campesina, incluyó en la agenda los retos culturales, éticos y políticos de la alimentación.

Las agroecologías son construidas en los territorios aun antes de su surgimiento como ciencias que parten de la crítica a un modelo de producción que no solo no ha resuelto un problema fundamental como es la desnutrición de millones de seres humanos, sino que ha contribuido significativamente a profundizar problemas socioecológicos globales. La FAO ha planteado que para 2050 las metas de producción de alimentos implican prácticamente duplicar los niveles de producción actual, pero es claro que pretenderlo bajo el modelo agroindustrial hegemónico no resolverá el hambre, pero tendrá consecuencias severas tanto ambientales como sociales. La misma FAO reconoce que esta ruta carece de congruencia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

No obstante, todo este contexto ha permitido ver a las agroecologías como vías más factibles para construir alternativas sostenibles. En este sentido, la FAO empieza en 2014 a discutir sobre la agroecología a través de la organización de dos simposios internacionales: el primero en 2014 titulado “Agroecología para la seguridad alimentaria y la nutrición” y el segundo, sostenido del 3 al 5 de abril de 2018, “Escalar la agroecología para alcanzar las metas de desarrollo sostenible”.

La FAO no define la agroecología, sino que reconoce las prácticas y experiencias alternativas o de resistencia llevadas a cabo por los movimientos campesinos en distintas partes del mundo frente a la Revolución Verde, como un campo de propuestas para el logro de los ODS definidos por el sistema de Naciones Unidas. En este contexto, las agroecologías representan un paradigma integral para la seguridad alimentaria y el desarrollo, que tiene en cuenta la necesidad de sistemas productivos y regeneradores, adaptables al cambio climático y socialmente equitativos. Es por esto que en 2018 se publican Los 10 elementos de la agroecología (FAO, 2018) para guiar la transición agroecológica de los países hacia una agricultura y sistemas alimentarios más sostenibles.

Algunas de las definiciones que recoge la FAO en sus documentos plantean que la agroecología es diferente a otros enfoques de desarrollo sostenible al “brindar soluciones contextualizadas a los problemas locales a partir de procesos territoriales y de abajo a arriba”. En este sentido, las innovaciones agroecológicas se basan en la cocreación de conocimientos, combinando la ciencia con el saber y la práctica tradicional de los y las productoras quienes, junto con sus comunidades, son las agentes claves del cambio. También recoge la centralidad de los derechos de las mujeres, los y las jóvenes y los pueblos indígenas.

Mucho más que productividad 
No obstante lo anterior, los movimientos sociales abogan por preservar la agroecología del despojo institucional, lo que implica también impugnar el economicismo que reduce la agroecología a la productividad, los rendimientos y la competitividad del neoliberalismo económico y científico (Giraldo, 2013), y ampliar el sentido crítico para reposicionarla como una diversidad de formas de morar la Tierra que están atadas a las cosmovisiones de los pueblos, a sus formas de comprensión simbólica, a sus relaciones de reciprocidad y a sus maneras de existencia y reexistencia.

Los sistemas agroecológicos están, por tanto, profundamente arraigados en la racionalidad ecológica de la agricultura tradicional (Altieri, 2004; Toledo, 1990) y son una base conceptual de acercamiento al territorio, a partir de la cual es posible generar propuestas y estrategias que permitan crear condiciones para producir transformaciones en distintas dimensiones (Venegas, 2009).

En el trabajo agroecológico convergen múltiples actores con diferentes tipos de saberes y cosmovisiones, además de prácticas y valores. El diálogo de saberes, como proceso integrador de formas múltiples de conocer, ofrece un marco amplio para la concreción de la justicia epistémica (Merçon, 2018), además de ampliar el entendimiento de la complejidad de los sistemas agroecológicos y de posibilitar que diferentes maneras de pensar-sentir-hacer-vivir se expresen y tengan voz en la coconstrucción de alternativas (Merçon et al., 2014).

Pero esta ruta requiere recuperar impulsos que fueron afectados por las etapas previas, desarrollar procesos organizativos y de innovación tecnológica y atender circuitos de intercambio factibles y justos, todo lo cual ha motivado a reconocer lo que apuntábamos más arriba: que la agroecología no solo es un campo de investigación científica, sino también un movimiento social con retos de gran envergadura. De acuerdo con Altieri (1995) y Gliessman (1998), los sistemas de producción basados en criterios agroecológicos deben reunir, entre sus principales atributos: ser biodiversos, resilientes, eficientes desde el punto de vista energético, socialmente justos y capaces de contribuir a la soberanía alimentaria.

Para alcanzar estos retos a diferentes escalas se requieren estrategias; por ejemplo, en el tema de biodiversidad es crucial promover sistemas de producción diversos, con policultivos multiespecíficos y multivarietales, capaces de alojar prácticas agroforestales con componentes forestales en sus linderos, islas de vegetación, bordos de retención de suelos, entre otros (Moreno-Calles et al. 2013). Una estrategia para la conservación de biodiversidad debe incluir en su agenda la importancia de sistemas productivos a largo plazo que contribuyan a frenar la ampliación de la frontera agrícola y la restauración de áreas transformadas. Los sistemas de producción requieren considerar en la investigación el diseño de estrategias para la conservación y restauración de suelos, para optimizar el uso de agua y la fertilización orgánica basada en el reciclaje de nutrientes en el sistema. Desde el punto de vista económico, la estrategia debe plantearse como meta el logro de la autosuficiencia a diferentes escalas territoriales, lo cual plantea retos en la producción y en el alcance de mercados justos, pero también el combate a la industria de alimentos chatarra y al uso de la tierra agrícola para la producción de biocombustibles. Las regulaciones de estas actividades y de los patrones de consumo son de extraordinaria importancia. La equidad en el acceso a la tierra es un tema relevante, puesto que la mayoría de las mujeres y las personas jóvenes no son sus propietarias.

La agroecología tendrá una perspectiva viable y justa en un contexto en el que los productos suntuarios y el consumismo tengan un freno sustantivo. La agroecología debe ser pieza clave en el logro de soberanía alimentaria, cuya premisa es que las comunidades tengan la posibilidad de decidir sobre los productos sanos de su alimentación, sus formas de preparación, los sistemas de producción y las formas de organización para obtenerlos.

El trabajo en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad y la Escuela Nacional de Estudios Superiores de la UNAM, campus Morelia 
Nuestros grupos de investigación llevan a cabo estudios en distintas vertientes. Por una parte, es central el estudio de la agrobiodiversidad: documentar las especies asociadas a los sistemas agrícolas, agroforestales y forestales de los paisajes agrícolas, documentando aspectos de su uso y manejo y analizando su papel en los patrones de subsistencia local, especialmente en la alimentación. Las aproximaciones etnobiológicas son clave en esta meta. Los estudios de la estructura y función de los sistemas agroforestales son otra vertiente principal de investigación: las especies que los componen, su disposición espacial, las interacciones que ocurren entre ellas, el estudio de las decisiones y de las técnicas que emplean los y las campesinas para lograrlo, así como las interacciones reproductivas y el flujo génico entre los componentes de los sistemas agroforestales y los componentes de los bosques circundantes, son todos temas relevantes en nuestra agenda de trabajo. También lo es el estudio de los policultivos y las ventajas ecológicas y productivas de las asociaciones. Parte central de la visión de nuestro equipo es acompañar y apoyar procesos que se encuentran en marcha (Casas et al., 2017).

En México, como en la región latinoamericana, existe una considerable diversidad de sistemas agroecológicos y una parte del trabajo que realizamos busca documentar y sistematizar la información sobre tal diversidad. Esta es una actividad de gran importancia para contribuir a mantener lamemoria biocultural de los sistemas agroecológicos que han sido parte de la historia del país, sus ecosistemas y culturas. Sistematizar esta memoria no solamente amplía un repertorio de técnicas para familias y organizaciones de productores que experimentan continuamente posibles innovaciones, sino que también permite establecer bases para recuperar procesos perdidos y vigorizar los que están activos.

El intercambio de experiencias entre sectores resulta crucial para construir alternativas vigorosas técnica y socialmente viables. Hoy en día, en este importante movimiento que soporta las agroecologías confluyen agricultoras y agricultores, organizaciones civiles, entidades gubernamentales y académicas, entre otros. Los diálogos entre todas estas personas y grupos son de extraordinaria importancia, no solo a escala local o regional sino más allá de las fronteras nacionales. En Latinoamérica se han construido foros que buscan propiciar este diálogo y todos ellos son de gran valor. Una mención especial merece LEISA revista de agroecología, que durante veinticinco años ha permitido intercambiar visiones entre estos sectores (ver recuadro) funcionando como una plataforma con potencial para tejer alianzas e impulsar los esfuerzos para preservar y desarrollar de manera sostenible la cultura alimentaria y los medios de vida campesinos de la región.

No obstante, para seguir dando respuesta a los desafíos de la pequeña agricultura familiar latinoamericana con base agroecológica es necesario fortalecer y ampliar estas iniciativas. La agroecología es una perspectiva viable que se construye desde las experiencias locales, pero para trascender requiere estrategias comunicativas que difundan los esfuerzos que se realizan en lugares distantes. En tal alcance comunicativo radica la posibilidad de fortalecer un movimiento global hacia una agricultura sostenible.

Otro aspecto relevante es la formación de profesionistas que colaboren en el desarrollo de las agroecologías. Nuestros grupos han participado activamente en el impulso de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, campus Morelia, y en particular en la creación de las licenciaturas en ciencias ambientales y en ciencias agroforestales. Estos programas constituyen valiosas plataformas que buscan formar alumnos con una visión crítica que otorgue valor a las colaboraciones interdisciplinarias y transdisciplinarias en el abordaje de temas socioecológicos. Asimismo, nuestros grupos de investigación se vinculan con diferentes programas de posgrado de la UNAM y otras universidades. Desde ahí se promueven estudios cuyos resultados son relevantes para una continua construcción y consolidación de las bases conceptuales y metodológicas que requieren las agroecologías.

25 años de divulgación de experiencias exitosas en agricultura sostenible
LEISA revista de agroecología es una iniciativa con más de veinticinco años ininterrumpidos de divulgación de experiencias exitosas de desarrollo agropecuario sostenible. Su nombre está formado por las siglas en inglés de “agricultura sostenible de bajos insumos externos” y comenzó como Boletín de ILEIA cuando esa institución neerlandesa (ILEIA, Centro de Información en Agricultura Sostenible de Bajos Insumos Externos) inició un proceso de ampliación de su base de lectores mediante la publicación en idiomas distintos al inglés, destinada a regiones concretas.

LEISA nació bajo la dirección de la editora peruana Teresa Gianella-Estrems y ha sido publicada hasta hoy por la organización no gubernamental ETC-Andes en Lima, desde donde la revista cubre el universo de la agricultura familiar de Latinoamérica y España. Fue pronto seguida por otros medios que hoy construyen la Red AgriCulturas, en la que participan los editores de la versión general en inglés, desde los Países Bajos, titulada Farming Matters, y los de las versiones locales de LEISA en la India (inglés y varios idiomas del subcontinente), en Brasil (portugués, orientada también a los países lusófonos de África) y en Senegal (para el África francófona); otras versiones locales han aparecido temporalmente en Indonesia, en el África anglófona y en China.

En tanto revista de divulgación, LEISA tiene un estilo editorial que, sin abandonar el rigor de un medio académico, se preocupa por llegar a los protagonistas centrales de la agricultura de pequeña escala: campesinos, técnicos de campo, madres y padres de familia, jóvenes, pero también a los encargados de tomar decisiones en sector público, a los diseñadores de políticas de desarrollo, a los académicos y al público en general. El acervo completo de LEISA revista de agroecología se puede consultar en https://www.leisa-al.org.


Ana Dorrego Carlón es doctora en Geografía Humana por la Universidad Complutense de Madrid, con máster en Desarrollo Rural Local e ingeniera agrónoma por la Universidad Politécnica de Madrid. Realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Geografía de la Universidad de Berna, en el marco del proyecto AgroWork que se desarrolla en Senegal, y es parte del equipo editorial de Leisa revista de agroecología. Experta en desarrollo rural local, agroecología, geografía humana y estudios de género, tiene más de diez años de experiencia en la gestión y ejecución de proyectos de desarrollo e investigación para varias entidades en América Latina y España. Es integrante de los Grupos de Trabajo de CLACSO “Trabajadores/as y reproducción de la vida” y “Agroecología política” así como de la Alianza Mujeres en Agroecología AMA-AWA.

La Dra. Ana Isabel Moreno-Calles es profesora titular de tiempo completo en la Escuela Nacional de Estudios Superiores de Morelia, UNAM. Sus campos de interés incluyen ciencias agroforestales, agroecologías, etnoecologías, ciencias ambientales, ecología de saberes, investigación y formación transdisciplinaria, epistemologías feministas. Ha recibido reconocimientos como el premio “Sor Juana Inés de la Cruz” y el Premio Estatal de Ciencias 2019. Es responsable de la Red Temática de Sistemas Agroforestales de México del CONACYT y del Laboratorio de Estudios Transdisciplinarios Ambientales en la ENES Morelia, UNAM. En ese campus, ha sido fundadora de la licenciatura en Ciencias Agroforestales.

Alejandro Casas estudió la licenciatura y la maestría en Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM, y el doctorado en Plant Sciences en la Universidad de Reading, Reino Unido. Es investigador titular C de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, UNAM, y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 3. Desarrolla investigación en ecología, cultura y evolución de biodiversidad bajo procesos de domesticación; manejo de ecosistemas y domesticación de paisajes; ecología para el manejo sustentable de recursos bióticos y ecosistemas; manejo in situ de recursos genéticos, y etnoecología y patrimonio biocultural. Colaboró en la creación del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad y en la de la Escuela Nacional de Estudios Superiores de la UNAM campus Morelia, así como en la creación de las licenciaturas en Ciencias Ambientales y Ciencias Agroforestales que se imparten en ese campus de la UNAM.


Referencias 
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