Experiencias
31 de octubre de 2022
Prepararse para migrar. Segundo lugar en el concurso de narrativa de la International Week UNAM 2022
Por: Lía Isabel Enríquez Herrejón
Usualmente el término educación se relaciona con la escuela. Se cree que la educación se mide con grados académicos o incluso con modales. Mi experiencia de movilidad internacional me probó que la educación que menos se necesita en el mundo real es precisamente la dictada por un promedio o un papel enmarcado y colgado en la pared.
Es cierto que la oportunidad que tuve de migrar durante medio año a otro continente no hubiera sido posible sin mi récord académico, sin el renombre de mi universidad y otras mil cosas de las que probablemente no tengo ni idea; aun los sacrificios que los y las académicas y trabajadoras de la universidad y el país realizan día con día para hacer de los esfuerzos de cooperación una realidad, así como el pago de los miles de contribuyentes que con sus impuestos aportaron a la beca con la que pude financiar parcialmente mis estudios. Sin embargo, me gustaría compartir los otros tipos de educación, los que la experiencia me dejó.
Muchos creen que el proceso de migración empieza en el momento en que abordas el avión a tu destino, la primera vez que te enfrentas al supermercado o cuando intentas darte a entender en el idioma que puedas, lo cual involucra, incluso, la comunicación por medio de señas. Yo creía que mi proceso de migración había empezado cuando me ponía en una lista de espera para ser atendida en la embajada de Alemania sin tener la más mínima idea de cuántas semanas llevaría. Cuál sería mi sorpresa al escuchar que las historias de mis compañeros de piso en la residencia estudiantil en Alemania, para quienes la migración no era un proceso de un año o año y medio, sino un plan incluso de décadas.
Abhi nació en India, donde estudió su carrera en inglés, su tercer idioma, para poder emigrar; una práctica muy común en ese país, donde casi todas las carreras relacionadas con tecnología son impartidas en inglés. Su cuarto idioma es el alemán, pues pretende residir en Alemania por lo menos durante cinco años.
Wejdene es de Túnez. Migró a Alemania como estudiante internacional y alargó su estancia para realizar las prácticas profesionales obligatorias que su universidad exige para titularse. Pretende ser residente en Alemania para trabajar ahí indefinidamente.
Mariem se encuentra en la misma situación, solo que ella es originaria de Mauritania. Ambas han tenido que presentar anualmente en su universidad de origen pruebas obligatorias que comprueben su nivel de inglés, francés y árabe. Como consecuencia del pasado colonial de Mauritania y Túnez, los sistemas académicos mantienen las estructuras francesas y, debido a esto, en muchas ocasiones no se exigen revalidaciones de sus programas de estudio.
Ellos, mis compañeros con quienes compartí piso, así como Zakarias, Asis, Hamsa y Anas de Marruecos, Paul y Joaquín de Perú, Komal de India, Kate de Bielorrusia, Andrei de Bolivia, Diana de Colombia, Matías de Ecuador, Sabrina de Costa Rica, entre muchas otras personas que conocí en Eichendorffring Y-Haus, en Giessen, Frankfurt, Alemania, así como en otras partes de Europa, me enseñaron que existe la educación de la migración. Y que por más exagerada que pueda parecer nunca sabes si vas a tener que verte en la necesidad de migrar.
Puede ocurrir que tu país no viva una situación de incertidumbre, como en los casos de Anas, de Palestina, y Fjolla y Belerina, de Kosovo. Puede desatarse una guerra en tu país y tu familia intentará preservar tu vida, como los estudiantes y refugiados ucranianos que nos inundaron desde marzo, como Azad y su familia, refugiados sirios desde hace diez años. O que el gobierno de tu país se encuentre tan corrompido que prefieras migrar, como Tolga de Turquía.
Todos vivíamos en un país ajeno a nosotros, a nuestras culturas y a nuestros hogares, en un idioma que no era la lengua materna de ninguno. Nos frustrábamos al intentar compartir nuestra cosmovisión en pobres traducciones, ayudándonos con imágenes encontradas en internet, intentando describir los sabores, colores y olores de nuestras tierras. Pero nos sentíamos plenos cuando el receptor del mensaje sonreía y reconocía que le gustaría visitar tu país.
La educación de la migración en la academia empieza, creo yo, por el idioma. Aunque muchos de nosotros realizamos nuestros estudios universitarios en nuestras lenguas maternas, todos los que nos encontramos como estudiantes internacionales, dominamos por lo menos dos idiomas, lo que se traduce en años de estudio de gramática, fonética y semántica.
Asegurar el idioma es una pequeña parte en el aprendizaje preparatorio para migrar. A continuación vienen las cuestiones administrativas: ¿qué opciones de migrar tienes con la carrera que quieres y a qué países puedes migrar por la demanda que tiene esa carrera?, ¿qué trámites de revalidación debes realizar?, ¿qué universidad en tu país es la que tiene mayor reconocimiento internacional?, ¿es mejor pagar una educación universitaria privada en tu país de nacimiento que emigrar y estudiar en otro continente?
Esto se relaciona mucho con lo económico y lo laboral: ¿qué trabajos puedes tener en el país al que vas a migrar mientras estudias?, ¿qué necesitas para competir en el mercado laboral?, ¿cuál es la cantidad mínima que la embajada exige para que pruebes que puedes mantenerte?, ¿cuánto tienes que pagar de renta y servicios?, ¿qué es lo que tus padres pueden pagar?, ¿para qué te alcanza? Son cuestiones ampliamente conocidas en la educación para migrar, pero en la experiencia encontré una que muy pocos éramos capaces de demostrar: la educación para ser un adulto funcional. La preparación de alimentos, la limpieza de nuestras pertenencias y áreas comunes, la compra de víveres, etcétera.
Mientras amigos marroquíes preparaban con gusto los platillos de sus tierras a diario y los compartían con sus invitados, veía también a mis compatriotas sin saber picar verduras y frutas, sin tener idea de si la proteína estaba cruda o no, e incluso me llamaron para preguntarme cómo hacer guacamole. Pasaban seis meses sin comprar ningún condimento y preguntaban incluso cómo se cocinaban los brownies de cajita. El desconocimiento total sobre hacer las compras de víveres, cocinar, lavar, limpiar, conseguir artículos de limpieza, entre muchas otras cosas, me impactaba porque no beneficiaría a nadie más que a ellos y aun así no tenían interés en aprender a cubrir sus necesidades básicas.
En esta categoría incluyo la capacidad de realizar trámites burocráticos. El mero hecho de comprar una tarjeta SIM en Alemania es un trámite que te lleva, por lo menos, una hora. O el seguro médico público alemán. El sistema de transporte público. Y en general, lidiar con la vida en un sistema sumamente regulado en un idioma que no dominas.
En México no se nos enseña a migrar. Se sugiere, claro, pero no se prepara. No existe esta cultura; se sueña con oportunidades como esta de movilidad estudiantil, pero no se nos forma. No creo que haya un manual perfecto, pero creo que sí podemos mejorar en no romantizar la migración. Por supuesto que vale la pena, pero no todos los días vas a vivir una aventura increíble.
Migrar, aunque sea por un breve periodo, no es fácil. Porque en otro país, nada te pertenece. El dormitorio de alumnos puede cobrarte por la más mínima cosa, pero cuando exiges lo estipulado en tu contrato, nadie se preocupa por cumplirlo. La discriminación que se vive por tener rasgos físicos “diferentes”, por hablar un idioma diferente. Los ochocientos sesenta y un euros mensuales que al inicio parecen millones, a veces no alcanzan para cubrir completamente las necesidades básicas.
Los veintitrés kilos que empacaste no son suficientes para llevarte los abrazos de tu mamá, las pláticas con tu papá, el ruido de los camotes, los mercados, el olor de la flor de cempaxúchitl, la salsa de tu tía… Y muchas cosas más que hacen que su ausencia duela, en especial cuando el sol se pone a las cinco de la tarde y las noches se sienten en grados bajo cero.
Seis meses después de tu llegada, el momento en que metes tu vida en dos maletas está frente a ti. Decir adiós a todos y dejar el piso al que hoy llamas casa, duele. Los días de hielo no suenan tan mal ahora que tus amigos salen contigo a ver como nieva en la madrugada, cuando a pesar de tener tormentas de lluvia, ir al supermercado acompa - ñada es la mejor travesía en la que puedes embar - carte, porque cuando te enfermaste de COVID-19 te encontrabas con un té, un plato de sopa, una hamburguesa fuera de tu cuarto; porque cuando todos estamos lejos de casa, nuestros vecinos son nuestra familia.
Me siento increíblemente afortunada por la oportunidad que la universidad me otorgó. Me gustaría decir que poder comparar la calidad acadé - mica fue una gran experiencia, pero no había punto de comparación. En todas las clases que tomé y visité, nuestra universidad demuestra la razón de su lugar entre los primeros puestos de la región e incluso entre los cien primeros del mundo.
Es por esto que me gustaría extender un enorme agradecimiento, así como un reconocimiento a los docentes y académicos que, durante los últimos casi diez años que he sido parte de la UNAM, me han ayudado a formar un espíritu crítico que me permite aprender de la academia pero ser capaz de reflexionar y cuestionar en la práctica, a más de nueve mil kilómetros de distancia.
Lía Isabel Enríquez Herrejón estudia Relaciones Inter - nacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Fue acreedora a una beca de movilidad internacional en Alemania en otoño de 2021.
El presente relato obtuvo el segundo premio en el concurso de narrativa convocado por la International Week UNAM 2022, CRAI/DGECI/CEPE/UNAM-UK.