Entrevista   
31 de marzo de 2023

Conocimiento del siglo XVI en el XXI: la novela El espía del Inca. Entrevista con Rafael Dumett

El espía del Inca es un relato de espionaje y suspenso insertado en un proceso histórico bien conocido: el Inca Atahualpa ha sido capturado por extranjeros barbados, montados en “llamas gigantes” y que portan “varas metálicas dentro de las que habita Illapa”, el poderoso rayo de las tormentas. Salango, “contador de un vistazo”, un intelectual de la cúpula incaica está a cargo de su rescate y se hace pasar por un sirviente para mantener el contacto entre el Inca y los generales de sus poderosos ejércitos listos para aplastar a los invasores. Pero el Inca no se decide…

El portentoso relato se cuenta desde las perspectivas de los protagonistas con una autenticidad raras veces vista y siguiendo un modelo muy especial, el de los quipus, las cuerdas anudadas que sirvieron a las sociedades andinas para llevar la contabilidad de sus dominios y también para registrar hechos históricos; una tecnología que ha permitido al conocimiento arqueológico desmentir el prejuicio de que las culturas precolombinas andinas no tuvieron escritura.

La elaboración de la novela El espía del Inca tomó años de investigación y trabajo. Pero una vez terminada, su autor, el dramaturgo peruano Rafael Dumett, vivió un largo periplo de negativas: una editorial tras otra declinó su publicación argumentando diferentes razones: el volumen, la complejidad, el lenguaje, el tema. Por fin, en 2018, un notable editor, Esteban Quiroz, cabeza de la pequeña casa independiente Lluvia Editores, que se ha caracterizado por apostar por la lectura desde las provincias olvidadas por Lima, la capital de donde proceden todos los libros, la puso en las librerías y las ferias de todo el Perú. Algunos años después, una poderosa casa internacional, Penguin Random House, a través del sello Alfaguara, rectificaba el error de haber rechazado tan importante obra para producir la edición que se está distribuyendo en todo el continente. 


Carlos Maza: Nos interesa conocer tu acercamiento al lenguaje en la novela El espía del Inca; lo que tuviste que desarrollar para construir un relato histórico tan impresionante. ¿Cómo fue que llegaste a esta aproximación al español, tan alejada del estilo de autor y enfocada en la realidad histórica del lenguaje?
Rafael Dumett: En primer lugar, creo que pasé más o menos un año acumulando información y ordenándola y, al cabo de ese tiempo, me estaba jalando los pelos porque no sabía qué iba hacer con todo ese material. Era información detallada sobre los eventos de la conquista que me había puesto a ordenar. Había hecho un perfil somero de cada uno de los protagonistas y desarrollado cronologías y perfiles, pero no fue sino hasta que descubrí que estaba escribiendo una trama para liberar al Inca Atahualpa que todo cayó en su lugar; digamos que pude ver exactamente lo que quería y necesitaba: escribir la historia contando la trama de un intento de rescate infructuoso del Inca Atahualpa, pero desde seis o siete puntos de vista diferentes. Era para mí completamente claro que estos puntos de vista tenían que ser exclusivamente indígenas y procedí de la manera que me es más natural: como un actor. Lo más conveniente para mi novela era ofrecer un ejercicio de perspectivas, es decir, ponerse en la piel, en el corazón, en la mente de los personajes indígenas. Yo estudié actuación y me encanta, tengo un diploma; soy mal actor, pero eso no ha sido óbice para tener esa actitud fundamental de toda persona que trabaja en el teatro de ponerse en la piel del otro. Para mí era obvio que no podía simplemente fingir o hacer una digestión masticadita para un eventual lector occidental. No. Tenía que hacer un ejercicio hasta las últimas consecuencias y sin conceder; tenía que realmente meterme en la piel de esos personajes. Fue completamente claro que era la única manera en que el libro podía tener credibilidad: que yo mismo pudiera creérmelo. Para cualquier persona que escribe, si tú no te la crees, no puedes transmitir esa convicción a nadie.

CM: Sin embargo, la escribiste en español y no en quechua…
RD: Porque yo no sé quechua. No tendría la posibilidad de compartir esta historia en esa lengua porque no la conozco.

CM: Pero incorporaste la cosmología en tu versión de un español que sería como un español indígena del siglo XVI.
RD: Exactamente. Quien me dio la referencia para el tipo de lenguaje que yo podría construir fue José María Arguedas, que hizo una labor similar. Hay quien piensa que Arguedas escribió en quechua, pero no es así; lo que él ha hecho es crearnos la ilusión de que estamos leyendo quechua cuando en realidad hizo un trabajo muy interesante con el español en términos sintácticos, en términos de vocabulario y de sensibilidad, algo que nadie había hecho antes. Entonces, lo he utilizado como un hermano mayor que había transitado este camino antes, y he buscado referentes en otro escritor, Óscar Colchado Lucio, como modelos de lo que yo podría hacer. También he consultado traducciones de obras quechuas, por ejemplo, el repertorio teatral cusqueño de inicios del siglo xx. Esas referencias me ayudaron a ver cómo podría por lo menos intentar crear un castellano que diera la sensación de ser hablado en quechua.

CM: Creo que es un objetivo que lograste y la novela lo transmite con todo interés.
RD: Eso es lo que yo traté porque creo que el lenguaje no es simplemente el mensaje que tú transmites sino que hay algo intrínseco en la manera en que tu vocabulario transmite un universo, una visión del mundo. Para mí era completamente claro que tenía que hacer ese trabajo y no tenía alternativa; era la única forma en que podría realmente crear un universo verosímil, con credibilidad; no para los demás, sino fundamentalmente para mí. Yo tengo familia que viene de los Andes y sé cómo hablan. Creo que tengo oído para el habla de los personajes, para el diálogo.

CM: Ese debe ser tu origen en el teatro. Cuando tú abordas una novela no lo haces desde la literatura solamente sino desde tu trayectoria como dramaturgo y como actor, ¿cierto?
RD: No todas las narraciones son necesariamente en primera persona, pero asumen una perspectiva muy clara e inclusive en momentos en los cuales el personaje no está diciendo nada, la narración trata de poner la piel en perspectiva: lo que piensa, lo que opina, lo que cree, lo que siente. Este ejercicio es lo que me motiva fundamentalmente a escribir y es lo que trato de lograr.

CM: En El espía del Inca se siente con mucha claridad cómo el autor como protagonista —el autor que marca su presencia en la narrativa a través del estilo— desaparece, se va echando hacia atrás, se va quedando en un segundo plano, de manera que la historia y esa factura de la historia resaltan por encima. ¿Fue fácil ese desvanecerte como autor-actor?
RD: Para mí es muy simple. Estoy leyendo lo que he escrito desde otro punto de vista, desde otro personaje y no tiene que haber indicios, no tiene que haber algún elemento que recuerde que soy yo. Entonces, si veo que hay alguna cosa que se me ha escapado, la saco, la reemplazo, la quito. Si veo hoy algo que es anacrónico, lo reemplazo. Si descubro algo que es un hallazgo, trato de explorarlo un poco más, de ver en qué consiste. Es gracioso, hay algo que suelen decir a los escritores que están comenzando: “lo importante es que tú encuentres tu propia voz” y para mí es exactamente lo opuesto, para mí la medida de que estás encontrándote a ti mismo es cuando eres capaz de evocar la voz de otra persona, de buscar la mentalidad de una persona diferente de ti, de otro género, con otra formación, educación y visión del mundo. Inclusive, en criterios morales, cuando escribo trato de no juzgar a mis personajes en absoluto, trato de seguirlos, de ver en qué andan, de comprenderlos desde dentro y básicamente seguirlos, sabiendo además que este trabajo jamás será completamente exitoso.

CM: Lo has logrado por partida múltiple puesto que hay en la novela distintas perspectivas: el personaje del espía en distintas etapas de su vida, en diferentes posiciones sociales que ha tenido que ocupar para llegar a la importante función que desempeña. Está también su encarnación como un sirviente que no vale nada, el disfraz que tiene que usar como espía; luego está el propio Inca que no quiere ser rescatado y que prefiere aprender a jugar ajedrez y a hablar español. La novela está escrita en dos vertientes: una vertiente inca o quechua, que narra los sucesos entre los personajes locales, indígenas, y otra que recoge a los personajes españoles y que está escrita en español del siglo XVI…
RD: Es importante señalar que esa parte de los personajes españoles no abarca muchas páginas y que la utilizo solamente para transmitir la perspectiva del traductor indígena Felipillo, conocido como el traidor emblemático en la historia de la conquista del Perú.

CM: Sería equivalente al personaje de la Malinche en la conquista de México…
RD: Sí, aunque la Malinche tiene otros componentes, es mujer y tenía una relación con Hernán Cortés. Felipillo es un chico de catorce o quince años; es el traductor indígena por excelencia y es, digamos, el epítome del traidor en el Perú, el traidor indígena. Encarna la esencia fundamentalmente traidora del indígena en la perspectiva del conquistador.

CM: Un estigma que se ha colgado a los pueblos indígenas desde la Colonia hasta el presente.
RD: Yo he querido romper con ese estigma de manera irreversible por el resto de la historia. Es muy curioso que se identifique como traidor a este personaje cuando la pregunta que surge naturalmente es ¿a quién traicionó Felipillo? No traicionó a Atahualpa, no le debía ningún tipo de lealtad. Atahualpa era un Inca, mientras que Felipillo era un poblador capturado en las costas del norte del Perú, posiblemente en el actual Ecuador, en la zona que pertenecía al grupo étnico manta o huancavilca. Él, muy probablemente —y eso es algo que afirman historiadores importantes como Juan José Vega— no sabía quechua, así que no podía aplicarle los dispositivos sintácticos que te mencioné antes para tratar de evocar el quechua. Había sido capturado en las costas del Ecuador y había permanecido cuatro o cinco años en España, hablando exclusivamente español, por lo que no me quedó más remedio que tratar de recrear su posible lengua: el español del siglo XVI experimentado por un chico indígena que vivió alrededor de 1526.

Para poder construir este lenguaje utilicé textos de la época como La Celestina de Fernando de Rojas y elaboré un diccionario a partir de expresiones y palabras tomadas de esa obra. También usé el Amadís de Gaula, una de cuyas versiones canónicas fue publicada en dos tomos en 1508, y textos como las cartas dictadas por Francisco Pizarro y publicadas por el historiador peruano Guillermo Lohmann Villena. Utilicé a cronistas como Cieza de León y Agustín de Zárate, no solamente como fuentes de información, sino como recipientes o directorios de expresiones que yo iba tomando, entendiendo e incorporando al diccionario que finalmente construí y que incluí al final de la novela para facilitar la comprensión de la lectura. Pero esta reconstrucción del español del siglo xvi solamente se presenta en la novela cuando aparece la perspectiva de Felipillo, que tiene, además, una mirada privilegiada sobre los españoles: los conoce y puede hablar con ellos.

El lenguaje que habla con ellos es el español del siglo XVI. Es un ejercicio que ni siquiera los españoles han hecho. Ellos, primero, no tienen una percepción individualizada de los propios conquistadores más allá de Fernando Pizarro, Francisco Pizarro, Hernando de Soto; a lo más hablarán de costumbres, pero no tienen esa percepción individualizada ni siquiera de los sacerdotes. Ellos mismos, los españoles, no han hecho ese trabajo y creo que también es necesario hacerlo, en mi caso porque no había otra manera de que yo me creyera el personaje de Felipillo.

La novela ha tenido una llegada muy particular entre el pueblo peruano, entre la gente común y corriente con la que me he encontrado a lo largo de las giras que he realizado por todo el país

CM: Creo que ahí radica uno de los valores más importantes de la novela que, por cierto, ha sido calificada como una de las más importantes del siglo XXI, al menos en el discurso publicitario editorial en el Perú. Yo estaría tentado a decir que es cierto, pero ¿cómo lo has recibido tú? ¿Cómo reaccionas ante esta calificación?
RD: Yo prefiero ceñirme a otro tipo de calificación. Sé que la novela ha tenido una llegada, no sólo en términos comerciales ni en términos de crítica, pero ha tenido una llegada muy particular entre el pueblo peruano, entre la gente común y corriente con la que me he encontrado a lo largo de las giras que he realizado por todo el país. Conversando con la gente, el libro ha tocado algo en la fibra del peruano que yo no recuerdo haber visto con otro libro de ficción. Hay algo que hace que la gente considere suyo El espía. Una circunstancia interesante que puedo mencionar es que la novela fue postulada al Premio Nacional de Literatura, pero en el Perú este premio es otorgado a la editorial, no al autor. Quien presenta el manuscrito al premio es el editor. Hubo un problema contable, una cuestión de impuestos o de inscripción, ese tipo de cosas y la novela fue eliminada. Lo interesante fue la reacción como de furia colectiva. Recibí cartas, un montón de gente comenzó a insultar al Ministerio de Cultura, hubo un momento en que yo recibía miles de mensajes de gente que estaba indignada, esperando que yo dijera algo para ir por la cabeza del ministro de Cultura. Esto llegó tan lejos que el Ministerio de Cultura se vio obligado a presentar las razones por las que había sido eliminada la novela, explicando que el premio no solo reconoce una obra literaria sino que trata de favorecer al sistema editorial en general, etcétera, etcétera. Lo que me sorprendió fue que la indignación era profunda y era como si esta negación, como si este problema hubiera tocado a la gente en algo muy personal. Eso me conmovió profundamente.

CM: Me imagino que esta candidatura fue presentada por la editorial que ha publicado recientemente El espía y lo ha llevado a las librerías del continente. Pero la primera editorial que la publicó fue Lluvia Editores de Esteban Quiroz, ¿cierto?
RD: Hay que recordarlo a él porque fue quien vio la posibilidad de publicarla. Esta novela estuvo ocho años recorriendo casas editoriales, incluida la que ahora me edita, Penguin Random House. En la primera oportunidad todas me dijeron que no e incluso se adujeron razones muy divertidas, como el hecho de que no era, supuestamente, una novela comercial; pensaban que la novela no iba a ser aceptada por el lector peruano, por su complejidad, por la presencia del quechua; digamos que se veía como de difícil lectura.

CM: También que era muy voluminosa, te dijeron por ahí, ¿verdad?
RD: Sí; creo que no era fundamentalmente por ello, pero sé que era un elemento que estaba siendo tomado en cuenta. Sospecho que en algunos casos ni siquiera la leyeron, vieron el volumen, que era compleja, pasaron unas cuantas páginas y un montón de personajes con nombres quechuas y dijeron; “ni hablar, esto no lo vamos a publicar”.

CM: Sin embargo, El espía del Inca ha superado las perspectivas comerciales por las que fue rechazada en un inicio, ha superado todo esto.
RD: Ha sido el libro más vendido en el Perú desde 2018 hasta 2021. Ha roto, además, toda concepción de lo que existía antes, todo el sentido común que existía antes en las editoriales sobre el lector peruano: que un lector peruano no soporta más de doscientas páginas, que se le tiene que dar todo más masticadito, que al lector peruano no le gusta nada muy complicado a nivel estético. También está, desde luego, el lenguaje: que no soportará una cosa en quechua. Todas estas ideas preconcebidas simplemente se rompieron. Esteban Quiroz contribuyó a hacer todo esto. Creo que era la persona apropiada para romper el cerco puesto que, si bien es un editor independiente, tiene una enorme red en todo el Perú y se mueve a sus anchas entre ferias regionales y provinciales. Apenas salía de la imprenta, al día siguiente ya estaba con veinte ejemplares en la feria de Huancayo, Ayacucho, Puno o Cusco. A partir de cierto momento yo lo acompañé y así la novela siguió un recorrido opuesto a lo que vive un libro “normal”: no comenzó en Lima, comenzó fuera de Lima y llegó al final a la capital del país. Realmente cualquier idea preconcebida respecto del sistema editorial El espía del Inca la ha roto, por lo menos en el Perú.

CM: Lo que indica qué poco conocemos a nuestros lectores como editores…
RD: En este caso me pareció muy sorprendente. No lo tomaba personal, por supuesto, realmente fue un poco desgastante esto de ver que todos te cierran la puerta o que ni siquiera se toman el trabajo de escucharte, de responderte. Yo, la verdad, nunca dudé de lo que había escrito, pero sí era desmoralizador ver que no había una respuesta por ninguna parte, hasta que tuvo que ser una persona de fuera de Lima la que viera el potencial del libro y apostara por él.

CM: Ahora que El espía ha demostrado su éxito voy a hacerte la última pregunta, de rigor: ¿hay planes para llevarla a las pantallas? Ya está circulando el audiolibro.
RD: Puedo decirlo abiertamente. Hay un contrato firmado con una compañía que se llama Dynamo, que es la que realizó la teleserie Narcos. Ellos han adquirido los derechos audiovisuales del libro por dos años y supuestamente están preparando un proyecto. Veremos qué pasa. Yo soy peruano y creo que los peruanos y los mexicanos somos como Santo Tomás: “ver para creer”. A pesar de que hay cosas firmadas y aparentemente todo va viento en popa, uno nunca sabe.

CM: En cuanto al paso de la página a la pantalla, ¿te atemoriza que la historia pierda algo en la adaptación?
RD: Yo prefiero pensar en términos de una transformación de un formato a otro. Lo que me alegra mucho es que Dynamo es una compañía seria y tiene los recursos como para poder realizar una producción a todo dar y representar a los incas con la magnitud que se merecen.

CM: Y en cuanto a traducciones de El espía a otros idiomas…
RD: Acaba de terminar la feria internacional del libro de Fráncfort, donde el libro ha sido presentado y ofrecido “en primer lugar de la vitrina”, como dicen. Aparentemente hay mucho interés, pero una vez más, seré como Santo Tomás: hasta no ver, no creer.
Rafael Dumett es un escritor, dramaturgo, actor y académico peruano. Estudió lingüística en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en paralelo se formó como dramaturgo en el programa de teatro de la misma universidad, reforzando esa formación después en la Sorbona de París. Ha escrito teatro y guionismo para cinte y TV. El espía del Inca es su primera novela. Actualmente reside en San Francisco, Estados Unidos, donde trabaja en una trilogía de novelas en torno de personajes del siglo xx peruano y latinoamericano.
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