Encuadre   
31 de marzo de 2023

El reto de la aventura panhispánica

Por: Andrés Ordóñez
El poeta y académico Rubén Bonifaz Nuño, quien tanto dio a la UNAM, dice en uno de sus poemas entrañables:

Las gentes que viajan adquieren una
forma fragilísima de belleza. 
Por algunas horas se transforman en algo 
singular, y viven agudamente; 
descubren extraños sentimientos 
que no sospechaban que pudieran 
tenerse, y caminan como dichosos. (1996, p. 135)

Embozado en su apariencia de clasicista decimonónico, Rubén traía incubado en sí el virus de la aventura. No en balde, después de Horacio y la poesía, la novela de aventuras era su pasión. Siendo yo muy joven y estando a punto de partir al extranjero como estudiante de posgrado, me dijo: 

Mire, maestro, ya sé que va usted a estudiar mucho y que va a poner muy alto el nombre de la patria…, pero no estudie tanto, váyase a las calles, siéntese en los cafés, vea a la gente, allí va a aprender más.

Treinta y cinco años después me doy cuenta de que lo que hoy llamamos movilidad académica es en el fondo una formidable incubadora de aventuras. Dependerá o habrá dependido de cada uno de nosotros elegir o haber elegido ser aventureros o aventurados. La diferencia entre unos y otros es que el aventurero es el profesional de las aventuras; “corre aventuras —dice Vladimir Jankélévitch— como un tendero vende mostaza: sin riesgo ni emoción”. El aventurado es el que asume el riesgo de su pasión. El aventurado, escribe Jankélévitch, “est toujours le débutant” (1966: 10).

Quien opte por la aventura académica debe ser consciente de que no hay lugar para los tenderos. La mostaza, por fina que sea, deberá venderse en otra parte. La complejidad de nuestro tiempo reivindica la pasión del conocimiento en la medida en que la realidad se nos presenta conflictiva en todos los órdenes e inasible como nunca antes. A esta condición adánica que hoy nos desafía se suma el hecho de que la realidad del mundo integrado ha convertido al planeta en una inmensa caja de resonancia. No hay evento insignificante. El trastrocamiento de los imperativos categóricos de tiempo y espacio y la emergencia de un continuo espacio-temporal en la red informática mundial han convertido el espacio virtual en un superconductor capaz de hacer sentir el efecto de un acontecimiento aparentemente aislado, de manera simultánea en las diversas latitudes de la geografía planetaria. En la lógica de Paul Virilio, una vez abolido el espacio y suprimido el tiempo, los seres humanos nos hemos precipitado en un estado de permanente urgencia donde prioridades y dominios se yuxtaponen, de allí que la diversidad entreverada que caracteriza al proceso de integración planetaria reclame un esfuerzo internacional y multidisciplinario simultáneo.

Esta coyuntura representa para el mundo panhispánico un serio desafío, es verdad; pero también una rica fuente de oportunidades en virtud de nuestra naturaleza histórica. A juzgar por las relativamente recientes historiografías francesa y anglosajona, la introyección cultural que hoy cunde en todos los ámbitos resulta más o menos novedosa. No así en el mundo panhispánico. Los hispanoamericanos (término con el que designo el continuo humano y, en consecuencia, histórico y cultural conformado por quienes hasta el siglo xix nos dividimos entre españoles peninsulares y españoles americanos) nos hemos pasado los últimos cuatrocientos ochenta años digiriendo lo que hoy un estudioso como Biuy-Chul Han (2012) considera el tránsito entre la otredad y la diferencia. Y la verdad es que no lo hemos hecho mal. Como nos enseñó en la UNAM el republicano español José Miranda (1952), España se reinventó en América. Instituciones medievales desaparecidas en la Europa renacentista encontraron en la otra orilla del Atlántico un renovado aliento que nos proveyó de los cimientos indispensables para acceder a la modernidad de forma menos conflictiva que, por ejemplo, las sociedades del África subsahariana. De manera similar, como lo expuso en nuestras aulas el historiador mexicano Edmundo O’Gorman (1969), América se reinventó en España y, a juzgar por las aportaciones evidentes como el modernismo literario, los americanos contribuyeron de manera decisiva a la reinvención de España en momentos definitorios de su historia cultural. El resultado es que hoy España es inexplicable sin América del mismo modo como América lo es sin España.

No obstante, pese a las evidencias que la realidad económica y cultural nos brinda, el mundo panhispánico no ha sido capaz de generar un nuevo discurso de identidad positiva (yo soy yo, tú eres tú, te reconozco en mí y me reconozco en ti). Ello nos impide un cabal aprovechamiento de la ventana de oportunidad que la actual coyuntura histórica nos ofrece. Al fin de la Guerra Fría y ante el surgimiento del mundo multipolar, el ámbito hispánico se revela como un polo histórico, político, económico y cultural cada vez más importante. Constituimos un espacio planetario caracterizado por su megadiversidad cultural, la cual, no obstante, encuentra unidad y coherencia en el idioma. Además de los datos que se pueden consultar en la infografía de las páginas 14-15 de esta revista, el español es también la tercera lengua más utilizada en internet y en la que se publican más textos científicos después del inglés (Instituto Cervantes, 2021).

Es necesario reclamar ahora el espacio intelectual, político y económico que nuestra sofisticación cultural, nuestra madurez histórica y nuestro desarrollo académico merecen. Debemos confiar en nuestra identidad múltiple. En términos de identidad, los hispanoamericanos nacimos con la globalización misma. El pensador José María Lassalle tiene razón al afirmar que en nuestra interacción, españoles y americanos hemos dejado lo mejor de nosotros mismos. En un interesante artículo, “España americana” (2016), exhorta a los españoles a asumir que las “inseguridades patrias están en haber perdido nuestra completitud transatlántica”. Este exhorto puede y debe ser extensivo a los americanos. Debemos concebirnos de manera distinta. El siglo xxi nos exige asumir lo que hoy somos con toda la riqueza y el potencial que nos da el haber sido lo que fuimos. La reflexión ya no es ontológica sino teleológica. La pregunta ya no es qué somos sino qué queremos ser y cómo queremos serlo.

En este contexto es absurdo continuar negando la bilateralidad de nuestro sincretismo. En el proceso de la fusión que nos da existencia como unidad civilizacional, la lengua —castellana en origen y que al contacto con América devino española— es nuestro continente. Es nuestra lengua la que preserva y garantiza nuestra cohesión en tanto civilización y la que confiere contundencia a nuestra presencia política, económica, social y cultural en el mundo. Siendo la lengua un instrumento indispensable en la construcción social de la realidad, bien podríamos comenzar por rescatar el sentido del término hispánico, despojarlo de la carga semántica que la cultura del franquismo asoció con lo español en el sentido de imposición y jerarquía (Pérez Montfort, 1992) y restablecer en nuestro uso el sentido inclusivo y diverso que le corresponde y que el momento exige. Podríamos abocarnos a neutralizar los vestigios de la doctrina Monroe que aún opera en el imaginario americano traducida en el miedo irracional a un “regreso de las carabelas”. Podríamos tomarnos en serio el 12 de octubre como el día de la lengua española, como lo proponía Miguel de Unamuno (idea que tuvo cierta acogida en la Organización de Naciones Unidas cuando fijó los días de celebración de las seis lenguas de trabajo de ese organismo, aunque lamentablemente, con un sesgo pronunciadamente español más que hispánico; ver recuadro) y asumirla como punto de encuentro. ¿Cómo si no mediante el instrumento de la lengua española podremos reivindicar la riqueza y el valor de nuestras lenguas originales americanas en el mundo contemporáneo?

Recuperación de la autoridad científica de la lengua española, producción informática en español, certificación unificada y universal del idioma, incorporación de la diversidad del relato hispánico en las producciones audiovisuales globales, construcción de una plataforma digital hispánica, proliferación de la investigación científica y de la educación superior integrada bilateral o multilateralmente, son algunas de las tareas urgentes que la academia panhispánica debe acometer. Somos un polo de civilización internacional, interoceánico, interétnico y en la diversidad de nuestra transculturalidad encontramos, renovada, nuestra identidad global. Nadie en el planeta se atreve a cuestionar el poder de nuestras manifestaciones literarias y a nadie en Hispanoamérica se le ocurre pugnar por una producción literaria integrada. Es hora de abandonar la necia pretensión de una demagógica integración latinoamericana y comenzar a construir la nueva coordinación hispanoamericana que asuma realmente la diversidad inherente a nuestro polo de civilización de cara al siglo xxi. Pero nada de eso será posible si no incorporamos a nuestro marco de pensamiento educativo la necesidad de replantearnos la certeza de nuestras percepciones históricas y culturales, en aras de acometer la ingente, pero indispensable tarea de construir el promisorio relato de una identidad panhispánica como vehículo para el tránsito exitoso de los desafíos del siglo xxi. De emprender el regreso a nuestra completitud transatlántica llevando con nosotros, como diría nuestro querido y siempre evocado Rubén Bonifaz Nuño (1996, p. 136):

una sensación de heroísmo, 
una lumbre tenue que se funda 
en su corazón, y se derrama 
y enciende nuestros rostros atónitos, 
poblados de pérdidas y esperanzas.

El polémico 12 de octubre 

UNAM Internacional 


Durante décadas, al menos hasta los eventos de 1992 relacionados con el quinto centenario de lo que se consideraba primer contacto entre Europa y el “Nuevo Mundo”, el 12 de octubre se conoció como “Día de la Raza” en México y muchos otros países. Generaciones aprendimos en la infancia y conmemoramos festivamente el acontecimiento que la historia oficial —dictada desde España— acuñó como “descubrimiento de América”, fijado en la ya mítica ocasión en que, desde la cofa de una agotada carabela, un marino de Colón avistó tierra cuando el viaje ya se volvía desesperación y amenazaba con motines.

Desde entonces hemos jugado con la idea de que no se trató de un descubrimiento pues nada estaba oculto; de que no fue el primer contacto pues la arqueología venía encontrando otros anteriores (como los de los vikingos en Newfoundland y otros, improbables, de los chinos en 1421 o los prehistóricos con navegantes polinesios), y sobre todo de que la fecha conmemoraba el inicio de un largo y cruel genocidio perpetrado por el imperialismo europeo sobre pueblos originarios de América y Asia, y esclavizados de África.

A principios de los noventa, desde España se inició el proceso de conmemoración de cinco siglos de contacto, que culminaría con grandes obras públicas, con la Exposición Universal de Sevilla y con los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Pero en América, con el bagaje de un siglo de luchas populares, revoluciones, movimientos de descolonización, de lucha por derechos civiles y humanos, los pueblos conquistados les perdieron el respeto a sus conquistadores, y realizaron numerosos encuentros en oposición a la conmemoración del evento que les hizo perder identidad, dignidad, cultura y autonomía.

Es icónica la imagen de la gente de los Altos de Chiapas, cuando en aquel 1992 derribaron la estatua del conquistador Diego de Mazariegos en San Cristóbal de Las Casas. Es memorable el disco de Rubén Blades y Son del Solar, Amor y control, de ese mismo año, que incluye en uno de sus temas el coro “Conmemorando, pero sin celebración”. Es significativo el gran encuentro que tuvo lugar también en aquel 1992, en la ciudad de México, donde se reunieron representantes de todas las etnias indígenas americanas, desde los inuit del norte extremo hasta los mapuche en su antípoda meridional, incluyendo amazónicos, centroamericanos, mesoamericanos e incluso grupos procedentes del África subsahariana representando a los ancestros de la población esclavizada.

La efeméride ha sufrido distintas modificaciones, como puede verse el mapa. Es notable que las modificaciones a la denominación han sucedido especialmente en el siglo xxi y en países con particular conflictividad relacionada con las luchas de los pueblos originarios y otros sectores históricamente oprimidos, hasta llegar al feminismo de nuestros días que, en la Ciudad de México, logró destronar a Colón para expresar el dolor que viven las mujeres en el orden machista patriarcal.





Andrés Ordóñez es ensayista, poeta y fotógrafo, egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Realizó el doctorado en filosofía en Inglaterra. Miembro del Servicio Exterior Mexicano, ha ocupado diversos cargos diplomáticos, incluyendo la titularidad de la embajada de México en Marruecos. Dirigió el Centro de Estudios Mexicanos de la UNAM en España.

Referencias 
Bonifaz Nuño, Rubén (1996). De otro modo lo mismo. México: Fondo de Cultura Económica. 

Climate Watch (2020). GHG Emissions. Washington, DC: World Resources Institute (https://www.climatewatchdata.org/ghg-emissions?end_year=2019&start_year=1990).

Jankélévitch, Vladimir (1963). L’aventure, l’ennui, le sérieux. Paris: Aubier. 

Byung-Chul, Han (2012). A sociedade da trasnparência. Lisboa: Antropos. 

Miranda, José (1952). Las ideas y las instituciones políticas mexicanas, primera parte (1521-1820). México: UNAM. 

O’Gorman, Edmundo (1969). La invención de América. México: Fondo de Cultura Económica. 

Instituto Cervantes (2021). El español en el mundo. Anuario 2021. España (https://cvc.cervantes.es/lengua/anuario/anuario_21/).
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