Experiencias   
29 de febrero de 2024

¡Mi amor! Colombia

Por: Itzel Gabriela Núñez Marroquín
Hace diez años iba en el bus desde mi pueblo (El Naranjito, Guerrero, muy cerca del puerto internacional Lázaro Cárdenas, Michoacán) a la CDMX y, a pesar del pésimo servicio de internet del autobús entré a revisar los resultados de la convocatoria de internacionalización de la DGECI. Presioné Ctrl+F para buscar en la larga lista de aplicantes mi número de cuenta. Comencé, cuatro mil trescientos resultados; número de cuenta 4100019… tres resultados. Con los nervios hechos trizas digité los últimos dos números de mi número de cuenta… Un resultado: y a la derecha decía “APROBADO – UNIVERSIDAD SERGIO ARBOLEDA - BOGOTÁ, COLOMBIA”.

Todo se detuvo, hasta mi corazón. Sabía que comenzaba un enorme cambio en mi vida; no conocía la magnitud, ¡sólo sabía que todo iba a dar un giro de noventa grados! (¡tan tierna! En realidad fue un cambio de doscientos setenta grados).

¡Comenzó una etapa increíble! Se venía una temporada de muchos gastos. Para mi familia, ya de por sí, era un gasto enorme cubrir mi manutención como estudiante en la Ciudad de México; no podía dejarles toda la responsabilidad. La noticia de mi intercambio fue una alegría para toda la familia. Era la primera integrante de la familia que accedió a la educación universitaria y ahora sería la primera en irme al extranjero a estudiar, y todo gracias a la UNAM.

Así que tomé un trabajo de lunes a viernes, como becaria en Grupo ADO. Luego pasé a la constructora Techint y por las noches trabajaba como mesera, los fines de semana como promotora en BestBuy, mientras por las tardes, naturalmente, seguía tomando mis clases normales, ¡y no podía bajar mi promedio! Durante las vacaciones mi hermana me acompañó a hacer rifas y mis amigas a vender refrescos. Fueron meses agotadores, pero necesitaba ahorrar lo más posible, ya que la beca que había obtenido no incluía manutención, y yo, a como diera lugar, deseaba vivir la experiencia.

Por fin, un 10 de enero tomé un vuelo a Bogotá. Era la primera vez que me subía a un avión y ya era un vuelo internacional. Aterricé en la capital colombiana luego de una larga escala en Costa Rica y comenzó la aventura.

Llegué una semana antes de las clases para buscar el lugar donde viviría mis seis meses de intercambio. Elegí el barrio de La Española, muy cerca de la Avenida Cali.

Una noche mientras extrañaba mi casa intensamente, sentada en el jardín central del hostal puse la canción “Déjenme llorar” de Carla Morrison. Desde el segundo piso alguien gritó: “¿Mexicana?” Me reí y respondí: “Sí. ¿Por?” El que gritó era Pepe y se convertiría en mi amigo; también era becario en movilidad. Intercambiamos historias y ahí comenzó una gran amistad. Y es que debo mencionar algo de lo que nadie habla acerca de los intercambios: cómo impactan a las relaciones sociales. En mi caso, además de haberme embarcado en la aventura, también había terminado una relación en México; tenía fe en que estaba haciendo lo correcto para mi crecimiento profesional, era una oportunidad no se presentaría dos veces en mi vida.

Por fin llegó el primer día de clases en mi amada “Sergio”. Conocí a Luli, de Argentina, y a Fernanda Doquiz, que estudiaba en la FES Cuautitlán, e hicimos match instantáneo. El equipo de internacionalización de la Sergio nos dio un muy buen tour, las instrucciones que necesitaríamos: desde cómo poner en regla nuestra situación migratoria, hasta detalles de la vida en Bogotá.

¡Las tres seguíamos en shock! Ahí estábamos, a nuestros breves veintes, viviendo en el extranjero, en Sudamérica. Todo era tan confuso a veces: el acento, el dinero… ¿Cómo que un peso de acá son doscientos setenta y dos pesos de allá? ¿Cómo que pago una renta de seiscientos mil?

Por fin comenzaron las clases. Había diseñado mi plan de clases desde México, pero no sabía lo que se vendría en la Sergio. Seleccione las materias de Evaluación de proyectos, Análisis de Riesgo, Mercados, Monedas y Ética.

¡Qué nivel tan alto tenían mis maestros! Gracias a Diana Carolina, docente de Proyectos, hoy puedo simplemente ver los números de inicio de una operación y sin hacer cálculos complejos puedo saber si el proyecto será viable o no. Mi maestra de Riesgo era una mujer imponente, inteligente y capaz; directora de Riesgo en uno de los bancos más importantes de Colombia. El titular de Mercados Bursátiles y Monedas era un maestro tranquilo y apacible, pero nos movió lo suficiente como para ingresar al concurso de la Bolsa de Valores de Colombia, “La Bolsa Millonaria”, que fue un gran reto, consistente en operar en bolsa en tiempo real, diseñar estrategias y avanzar en las rondas. Y cuánto aprecio guardo por mi maestro de Ética; sus enseñanzas se ven reflejadas en mi postura ética y en mi manera de conducirme como profesional. Gracias a su experiencia en empresas transnacionales y nacionales, y a su estilo de enseñanza, basado en el método del caso, se enriqueció mucho mi haber profesional.

El nivel de la Sergio era muy bueno, pero al mismo tiempo me parecía fácil. Los maestros que había elegido me guiaron de la mejor manera y dejaron una marca en mi carrera para siempre.

Y en cuanto a mis amigos de la universidad, agradezco aún mantener contacto con ellos. Diego Libonatti, Diana Prada, Kate Vega, Diana Cubillos, el gringow; todas las personas que, sin conocerme, me abrieron las puertas de su casa y de sus corazones para recibirme y abrazarme en su país, para hacerme saber por qué en el extranjero hablaban tantas maravillas de Colombia. Me invitaron a conocer sus ciudades de origen y me permitieron sentirme colombiana. Amigos y amigas que no eran de la universidad como Vivi, Felipe y otros que se volvieron más cercanos, como Andrés Emilio González Cortázar y toda su familia, me permitieron sentirme una caleña más, vivir la experiencia de formar parte de la comunidad de Cali, llevarme a un “paseo de río” y a una típica rumba caleña.

Eventualmente llegó el momento de volver a México. ¿Cómo podía meter en mi pequeña maleta todas esas experiencias? Todas las tardes de estudiar finanzas con Diana, acompañadas de palomitas con guacamole; todas esas noches de caminar hacia el Transmilenio (el sistema de transporte público de Bogotá) desde la universidad; las “caminatas sergistas” en las que nos acompañaba un guía profesional a hacer senderismo, canotaje y a conocer el lado natural de Colombia como pocas personas lo conocen. Las tardes del taller sergista de arquitectura con la maestra Gloria, admirando edificios, monumentos, museos e iglesias; las clases de clown e improvisación teatral con una actriz de la talla de Paola Barrera; los momentos después de clase con el grupo de Salsa in One Sergista, las idas de rumba con mis amigos, mi primera arepa, la primera vez que comí una pepa tierna de café, la vez que me enseñaron a bailar vallenato en Bogotá, salsa en Cali de la mano de un caleño; mi primer trago de “champus” (una bebida típica en Colombia, Ecuador y Perú), la plática con mis amigas motivándome a usar una faja colombiana, el Metrocable de Medellín (transporte público en teleférico), cuando mi amigo Arroyo, sin conocernos me pidió que le prestara una cobija porque no llevó y pasaba frío en una de las ciudades en que más llueve en todo el mundo y que, gracias a esa cobija, ahora tengo un gran amigo; la motivación de mis amigos colombianos para emprender un viaje por tierra desde Bogotá hasta Cuzco y todas las personas maravillosas que conocí.

Lo logré, regresé con mi pequeña maleta llena de mi nueva alma colombiana ¿Cómo? Regalé la mayoría de mis cosas mexicanas y volví. Mi mayor sorpresa fue que a los quince días de regresar, la empresa Coca Cola Femsa, en su división Centro de Servicios Compartidos, me contactó para contratarme como analista de precios para Colombia.

En cada una de mis experiencias profesionales, cuando muestro en mi currículo que cuento con experiencia internacional, siempre ha sido un punto para destacarme entre otros candidatos. El cambio de visión, la capacidad de adaptación que desarrollas en un reto tan grande como el de aventurarte a iniciar desde cero en un país desconocido no tiene comparación; la manera cómo te amplía el criterio y te enfoca en negociar y ser tolerante con culturas distintas a la tuya me ha permitido trabajar con personas de diversos países.

Con mucho cariño puedo decir que hace diez años que sucedió todo esto, pero todavía, cuando me enojo o me exalto, me sale la colombianada, al decir expresiones como “Ay, pucha”, “Paila”, “No mire vea”, “¿Cómo así?”, “Ea pues, hágale”, “A la orden”, “¿Señora?”, “Bien pueda”, “Aló?”

El viaje me regaló amistades para toda la vida. A diez años vino Luli, mi compañera de aventuras, a festejar mi cumpleaños treinta y dos en la CDMX, desde Mallorca, con churros de El Moro y bailando cumbia en la Alameda Central.

Estoy convencida de que hay experiencias que te marcan para siempre y la posibilidad de acceder a la beca por medio de la DGECI es una de ellas. Por ello actualmente me encuentro en proceso de postularme a otras becas para continuar con mi educación de posgrado.

¡Gracias UNAM, Gracias Universidad Sergio Arboleda, Gracias Bogotá!
Itzel Gabriela Núñez Marroquín estudió Administración en la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM. Realizó movilidad en Colombia, en la Universidad Sergio Arboleda en 2013.
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