Experiencias
15 de noviembre de 2024
Maqueta textual. Recuerdos espaciales de la Facultad de Filosofía y Letras
Por: Mario Álvarez, María Bacilio, Gabriela Garciamoreno Gonzalez, Alexandra Peralta, Emiliano Quintana, Emilio Sánchez Galán y Nicco Tiburcio
INTRODUCCIÓN
En su centenario, ocho egresados de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) escribimos acerca de espacios que resultaron emblemáticos en nuestro paso por la UNAM. Aunque hace algunos años que dejamos de asistir y ahora nos encontramos geográficamente lejos de ella, reconocemos que nuestras andanzas académicas por el mundo han sido marcadas por el tiempo y el espacio que compartimos allí.
A cada espacio evocado corresponde una experiencia personal. En este texto proponemos un recorrido por espacios específicos del edificio principal que prevalecen en nuestra memoria. Sin embargo, nuestro recorrido es fragmentario; nos ceñimos a ciertos espacios y a los años en que los frecuentamos, entre 2004 y 2021. Nuestras voces y nuestros recuerdos, como antes nuestros cuerpos, se cruzan aquí para ocupar un espacio común, un lugar que queremos reconstruir y preservar como parte de la historia de la facultad.
1. ENTRADA. HUELLAS
El recuerdo vuelve a mí casi diez años después de ocurrido el hecho. Un 7 de noviembre de 2014, los estudiantes, agolpados en la entrada de la FFyL, escuchamos con indignación un mensaje radiofónico del entonces procurador de justicia, José Murillo Karam, que daba la “verdad histórica” de los hechos de Ayotzinapa. Ahora vuelve esta imagen al reflexionar sobre los cien años de la facultad y sus huellas, sobre mi experiencia en ella y el tiempo que la atraviesa.
No es la primera vez que pasa. Con ese recuerdo comencé mi tesis de licenciatura, un texto sobre El espíritu de la utopía de Ernst Bloch. La imagen concentraba la ambigüedad de lo utópico pensada por Bloch en la tensión constituida por aquello que denomina la “oscuridad del instante vivido”, la imposibilidad de asir lo recién acontecido y la posibilidad de su rememoración utópica como instante de la detención, símbolo de lo que aún-no-es que alumbra nuestra cercanía como lo otro distante. Si bien el recuerdo estaba marcado por el dolor y la incertidumbre ante la desaparición forzada de cuarenta y tres estudiantes, también lo estaba por la experiencia utópica de la emergencia del movimiento social y de la comunidad que se gestaba en el interior de la universidad.
Durante estos años la imagen de la entrada a la facultad ocupada por los estudiantes me ha acompañado como recuerdo de la no-contemporaneidad contemporánea, del desajuste de tiempos, espacios y vivencias, en el que considero radica la grandeza de
Filos. Esta última se manifiesta no sólo en los paros y la organización política sino también en los otros espacios colectivos que han nutrido las discusiones y las temáticas abordadas en las aulas y, por qué no, en la vida. Si bien mi experiencia académica en la facultad y la preparación que adquirí ahí han sido invaluables, aún más entrañable fue mi paso por esa facultad otra, quizá aún no existente, pero insistiendo y coexistiendo con la original, cuya entrada era una invitación a transitarla y habitarla.
Después de la pandemia, en mi volver a Filos, constaté con la alegría y la sorpresa de alguien que ha perdido la costumbre, que el desajuste permanece celebrando la vida: bajo los pilares de la facultad se agolpaba ahora un tianguis de estudiantes en el que se vendían e intercambiaban desde libros hasta gomichelas. Estoy seguro de que algunos funcionarios lo lamentan y elaboran proclamas para transformar la facultad en un campus con “estándares internacionales”. Reconozco que aquellos desajustes no dejan de seducirme. Para mí es una promesa de felicidad que me acompaña. En tiempos oscuros y de catástrofe, me ayuda a no dejar de perseguir las huellas de la esperanza.
2. PASILLOS. LO POSIBLE
La FFyL significa para mí el espacio de lo posible. En particular, lo posible se actualiza en los pasillos. En ese espacio de tránsito, más que simple pasaje, se produce la comunicación porque ahí se dan encuentros, se espera a los profesores, tienen lugar las discusiones entre compañeros, hay siempre ecos y en los muros se encuentra mucha información.
Primero estaba inscrita en la licenciatura en pedagogía, una carrera que comprende casi todas las disciplinas de la facultad, dada la diversidad del fenómeno educativo. A mí me interesó particularmente la filosofía y la historia de la educación. En el pasillo del primer piso estaban pegados los horarios de todas las carreras que se pueden cursar en la facultad. Al principio del semestre, pasaba por ahí para elegir los cursos que me interesaban. Descubrí el trámite de carrera simultánea y, sin pensarlo, aproveché esa oportunidad. La facultad significó poder estudiar diversas licenciaturas en un marco estimulante y aprender de personas amables y eruditas.
Además de la información que circulaba en los pasillos durante los cambios de hora, había otra forma de intercambio. Si bien era difícil transitar en ese momento y era grande el bullicio, la diversidad de personalidades y de temas de conversación producía una sensación de desorden ordenado, un caos que terminaba en tranquilidad una vez que todos los pasantes llegaban a sus destinos: los salones de clase. En los pasillos también tenían lugar discusiones apasionantes con los compañeros, mientras esperábamos el inicio de clases o nuestro turno para presentar un examen oral. Era también el momento de los encuentros con compañeros de otras clases o licenciaturas. Era, sin duda, un momento importante en el día, entre clase y clase.
La formación crítica, las horas de estudio en las bibliotecas, las enseñanzas de los profesores y las grandes amistades forjadas durante mi paso por esta institución, me permitieron construir un proyecto académico cuya siguiente parada fue el doctorado en París. Las diferencias entre la FFyL y Paris 1 Panthéon-Sorbonne no son menores, pero el ambiente me resultó familiar desde el inicio. Las dos son instituciones públicas y en las dos encontré profesores y compañeros dispuestos a intercambiar ideas y discutirlas. La FFyL me permitió entrar a un mundo académico y profesional al que mi familia no podía darme acceso. En ese sentido también es importante destacar que esta institución de educación superior pública hace posible, desde hace cien años, la formación de profesionales y la producción de conocimiento en humanidades, en diálogo con las universidades del mundo.
3. TEATROS. ECOS
Cada generación que transita por la Facultad se convierte en eco de los pasillos, pero también en eco que coexiste en ese espacio físico y que habita dentro de cada persona. Ahí estamos quienes encontramos un espacio para accionar, quienes por medio de nuestra voz y de nuestro cuerpo llenamos los espacios; esos que adoptamos con recelo para lograr nuestro cometido: Los pilares del Tren de las Humanidades y el Jardín Rosario Castellanos.
Basta que una persona camine por un espacio vacío mientras otra la observa para que el acto teatral ocurra, dice Peter Brook en El espacio vacío. Somos capaces de adaptarnos a cualquier circunstancia y, con las herramientas que tenemos, trabajar en conjunto para transformar los espacios vacíos en historias vivas y compartirlas, volverlos lugares de comunión donde los ideales transiten, la comunicación se dé efectivamente y lo posible ocurra. Funcionamos en equipo o no funcionamos, pero para propiciar el trabajo en conjunto antes debe existir el trabajo personal; es aquí en donde se encuentra la más grata experiencia de haber formado parte de la licenciatura en literatura dramática y teatro.
No se nos enseña a “actuar”, se nos enseña a conocernos para poder mostrar todo aquello que somos, adaptado en distintos cuerpos, personalidades y contextos. Es un proceso que tiene como estandarte la autopercepción y la autorregulación emocional. Entre más sensibles seamos ante el mundo que nos rodea, más elementos tendremos para nuestros procesos creativos. No hay cabida para el autoengaño.
La presencia de esta licenciatura en la FFyL es un ejemplo de la convergencia que la distingue, que propicia un ambiente con libre circulación de ideas, conocimientos, opiniones, pensamientos y posturas. Ni el razonamiento es enemigo de la emoción, ni la teoría lo es de la práctica.
Como alumna era consciente de la calidad universitaria, pero en ese entonces no tenía referentes con los cuales comparar mis experiencias. Actualmente estudio una maestría en teatro, performances y sociedades, en la Université Paris 8, donde curiosamente encontré mi FFyL francesa por sus ideales, espacios y convergencias similares. Me siento en casa.
En México he visto cómo el eurocentrismo distorsiona nuestros estándares. No obstante, vivir y estudiar en Francia me ayuda a replantear constantemente mis conocimientos del mundo. Ahora, como exalumna, valoro aún más haber conocido a las personas que me dieron las herramientas que hoy utilizo en mi profesión y en mi vida, desde esta postura con perspectiva latinoamericana que no cambiaría por nada.
En su aniversario número cien, celebro haber formado parte de esas aulas y de su gente. Nosotras y nosotros somos la FFyL.
4. OFICINA DE MOVILIDAD ESTUDIANTIL (2013-2015)
Cursar la licenciatura en letras modernas significa estudiar alguna de las lenguas vivas del occidente europeo —alemán, francés, inglés, italiano y portugués— al igual que una parte de la literatura que se escribe en esos idiomas. Al estar parcialmente excluida la lengua y la literatura españolas, licenciarse en letras modernas implica, de entrada, abrirse a lo internacional, allende nuestras fronteras, nuestros relatos, más allá de la región hispanoamericana. La vocación internacional de la FFyL no acaba ahí, en el estudio de lenguas y literaturas transatlánticas, pues una forma de lo posible en el programa de letras modernas es realizar un intercambio académico en el extranjero. Para informarse y continuar el trámite, hace una década había que acudir a la Oficina de Movilidad Estudiantil, que solía situarse en la planta baja, entrando a mano izquierda, a un lado del área de teatros, antes de llegar a la Coordinación de Posgrado e Investigación. La posibilidad de cursar al menos un semestre en el extranjero se presenta en otros programas de la FFyL, pero probablemente en letras modernas es donde adquiere mayor sentido porque implica, las más de las veces, ir a estudiar la lengua o la literatura en el lugar en donde ésta o donde se ha ido gestando primordialmente. Este primer momento de internacionalización del estudiantado suele propiciar un segundo, cuando uno decide inscribirse en un posgrado en letras modernas en el extranjero. Con sus bemoles, esta experiencia enriquecedora pone a prueba conocimientos y habilidades adquiridos y desarrollados en la FFyL. Por lo demás, resulta evidente que, entre el primer y el segundo momento de internacionalización, el espacio en donde se produce el aprendizaje ha cambiado: si en las aulas de la FFyL era común inaugurar un espacio de exposición y discusión colectivas, en otros lugares —por ejemplo, cuando uno se va de intercambio o realiza un posgrado en el extranjero—, la clase magistral mantiene la jerarquía entre profesores y alumnos, el seminario reproduce y aplica conocimientos ya probados. Es decir, en otros lugares no hay espacio o este resulta bastante reducido para exponer y discutir ideas. En cambio, en la FFyL eso resulta una singularidad cotidiana, algo que se añora cuando se frecuentan otras facultades de otras latitudes.
APRENDER A MANIFESTAR LA RABIA Y LA SOLIDARIDAD A PARTIR DE LA PROTESTA PERMITE QUE LA VIDA PRIME SOBRE LA MUERTE
5. JARDÍN ROSARIO CASTELLANOS. REFUGIO
Circulando por los pasillos de la FFyL me vi llamada a atravesar el umbral de una puerta discreta que me conduciría a un patio interno conocido como Jardín Rosario Castellanos. Mesas y bancos permitían disfrutar de una tranquilidad rara para una facultad que retumba de pasos, discusiones acaloradas, venta de comida y asambleas. A partir de ese momento, nunca más pude separarme de la tranquilidad que me brindó algo que buscaba desde que abandoné el Estado de México para iniciar mis estudios en filosofía: un refugio.
Vale la pena interrogarse sobre qué hace a la FFyL un espacio de saber, pero también un espacio para volver a nacer. Para las personas que abandonamos el hogar familiar, en ocasiones el pasado puede convertirse en ráfagas violentas que se manifiestan cuando dejamos que nuestra mente sea absorbida por él. Para evitar que ese pasado nos absorba resulta fundamental apelar a recursos de cuidado y de conocimiento que permitan que el corazón y la mente adopten el nuevo comienzo como la oportunidad de hacerse de una nueva identidad. Cuatro son los recursos que la facultad me dio: la amistad, la exégesis, “un mundo en donde quepan muchos mundos” (del
Manifiesto del EZLN en 2018) y la rabia.
Para insistir en el cuarto recurso diré que celebrar los cien años de la facultad no puede darse sin reconocer la manera en que me enseñó a hacerle frente a lo intolerable, que tiende a estar alimentado por principios históricos que se apoyan en el terror. El terror paraliza, pero la parálisis, si se sabe atender, no es duradera, sobre todo si se desarticula colectivamente. Aprender a manifestar la rabia y la solidaridad a partir de la protesta permite que la vida prime sobre la muerte. A manera de protesta, me parece entonces fundamental ver en la cifra centenaria no sólo la celebración de que las letras y las humanidades hayan encontrado morada en Ciudad Universitaria, sino también una cifra que lo dice casi todo respecto de la realidad histórica de México. Las más de cien mil personas desaparecidas son una revelación trágica sobre lo que significa ahora el paso del tiempo. Cuando aún frecuentaba esta facultad-refugio, era el número cuarenta y tres el que nos habitaba. Ahora que los años y mis refugios se han multiplicado, lo numérico ha tomado una dimensión que merece que la rabia opere como múltiplo de cien. Es así que mi deseo para la facultad en su centenario es que siga siendo el refugio de esas cifras para que ninguna de ellas se vuelva huérfana, para que ninguna de ellas sea sólo un número.
6. BAÑOS. RELATOS
Hay lugares que se viven como relatos y refugios: con tramas, personajes y paisajes constitutivos que pueblan esos lugares de un aura a veces entrañable, a veces contrariada, siempre singular. La FFyL es uno de esos lugares. Como una historia oral, cuenta la memoria de las generaciones que han pasado por sus espacios; como una historia escrita, se ha plasmado en los muros, los pupitres y las puertas de sus baños.
Todos conocen, por ejemplo, la historia de aquella mujer que en el 68 escapó de la policía escondiéndose en los baños de la facultad. Muchos han leído la versión que Roberto Bolaño plasmó en Amuleto, pero lo cierto es que ese relato lleva contándose en la FFyL desde que sucedió y, como cualquier leyenda, con el tiempo se han multiplicado sus interpretaciones. Llegando a la facultad, fue una de las primeras historias que escuché. No me la contaron con precisión, así que durante largo rato seguí creyendo que la protagonista todavía se paseaba por los salones. Poco importaba que Alcira Soust [ver p. XX] , la poeta uruguaya a la que perteneció la anécdota en primer lugar, había fallecido mucho antes porque su historia habitaba la facultad de un modo más tangible, más perenne, que cualquiera de las historias de los alumnos matriculados. Estar en la FFyL era saber que el escusado fue una trinchera para resistir a la represión.
Los lugares que cuentan historias se han vuelto más la excepción que la regla entre las universidades, como también lo son los lugares que albergan resistencias. En París, de la Universidad Libre de Vincennes y de Mayo del 68 sólo queda el recuerdo. Algo que constaté cuando, al intentar recuperar un espacio histórico de organización estudiantil, llegaron más policías antimotines que estudiantes. O en Viena: recientemente los alumnos “ocuparon” el auditorio universitario, pero durante los meses de “ocupación” los trabajadores de limpieza no dejaron de acudir a limpiar los baños y reabastecer el papel higiénico, lo cual muestra cómo cualquier atisbo de autoorganización estaba capturado de antemano por la institución.
Esto es relevante porque cualquiera que haya estado en la FFyL sabe que el único momento en que el papel higiénico no faltó fue durante los paros en los que se gestionaba colectivamente su distribución. Esto muestra hasta qué punto se trata de una facultad que contiene otras imágenes de sí misma, que la desbordan y hacen posible su disrupción. A diferencia de esos otros no-lugares, sin memoria, ni relatos, que parecen más dispositivos de control que centros vivos de formación y pensamiento, en la FFyL el horizonte de lo posible siempre ha estado abierto gracias a que en sus baños todavía resisten historias que la hacen ser lo que es.
7. EL CUARTO DE PROYECTORES. SALIR DE FILOS, VOLVER A FILOS
En la FFyL existe un cuarto destinado a la salvaguarda y préstamo de proyectores. Estos son prestados para su uso durante una clase o un evento. La comunidad de Filos conoce la respuesta a la pregunta “¿Por qué los proyectores no están instalados en los salones de clase?”: cuando estos descansan en un salón, suelen ser sustraídos. Con el tiempo, comprendí que lo peculiar no es que sean sustraídos: es que su ausencia resulte tan irrelevante para una facultad.
Tras mi licenciatura en filosofía, obtuve una beca para estudiar una maestría en el extranjero. Fue el inicio de un periplo que me alejó de Filos tanto geográfica como disciplinariamente. Con el tiempo abandoné la expectativa de que en toda facultad de izquierda, valores como la autonomía universitaria pesarían más que el costo de uno (o cientos de) proyectores. Simultáneamente comprendí hasta qué punto el entorno tecnológico de la FFyL había formateado mi pensamiento. ¿Qué tipo de filósofxs produce una megalópolis que enseña a pensar al ritmo de trazos de gis? Al cobrar conciencia de cuánta escucha y cuántas pausas nos tomó apreciar los ciclos del pensamiento (sus momentos germinales, sus eclosiones, sus difracciones), recordar algunas bromas sobre presentaciones en PowerPoint o manejos virtuosos del cronómetro, me enterneció. Si las facultades de filosofía y letras son los últimos reductos de la enseñanza literofonética, Filos guarda un lugar de honor en dicha resistencia. Catastrófico, tal vez. Pero antes, espléndido y entrañable.
Podría decirse que nunca partí de Filos, pues nunca dejó de haber encuentros con su gente. En ellos, la complicidad aparece pronto, pues nada nos resulta más placentero que conocer personas propensas a alguna modalidad de periplo. Todo comienza por una inflexión en la voz. Luego, ésta modula un matiz en la mirada. La mezcla decanta en una conversación larga: probablemente el inicio de una amistad. Muchas peripecias con huellas de Filos me permiten reflexionar sobre qué implica vivir de las humanidades y, si esto es posible, transmitirlas. Si solicitar los tan vilipendiados proyectores es relevante en mis recuerdos es porque, al visitar recurrentemente el traspatio de la facultad, noté que ya no sólo era parte de Filos como catador de cátedras, merodeador del ágora o conspirador de los “aeropuertos” —las explanadas donde veíamos atardecer. A treinta y cinco días de volver a Filos para impartir un taller semestral, me sumo a los esfuerzos de mis colegas por diversificar la enseñanza de las humanidades. Sin embargo, confieso que el ritmo del gis será siempre mi herramienta más querida.
Las autoras y los autores son egresados de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM: Mario Álvarez de Letras Modernas (2012-2016), María Bacilio de Filosofía (2012-2016), Gabriela Garciamoreno Gonzalez de Literatura Dramática y Teatro (2018-2021), Alexandra Peralta de Pedagogía (2005-2008), Filosofía (2007-2011) y Letras Clásicas (2015-2018), Emiliano Quintana de Filosofía (2014-2018), Emilio Sánchez Galán de Filosofía (2014-2018) y Nicco Tiburcio de Filosofía (2014-2018).