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31 de octubre de 2022

Entre la culpa y la realidad. La urgencia de proteger el medio ambiente

Por: Cecilia Lartigue y Aquiles Negrete
“Separa tu basura”, “No uses popotes”, “Transpórtate en bicicleta”, “No viajes en avión” y, “Si realmente quieres disminuir tu huella ecológica, no tengas hijos”. Estos mensajes y otros similares han provocado que a muchos de nosotros nos acompañe permanentemente un sentimiento de culpa cuando realizamos actividades cotidianas como bañarnos, vestirnos y comer: “¿Cuántos litros de agua desperdicié hoy? ¿Qué superficie de selva habrán deforestado para que yo me pudiera comer esta hamburguesa?”. 

Muchas personas han preferido ignorar el tema de la crisis ambiental suponiendo que es una exageración o una moda; que el cambio climático es una mentira. Nos preguntamos entonces, en primer lugar: ¿la alarma actual por la crisis ambiental está justificada? La respuesta categórica es sí. Una segunda pregunta que nos hacemos: ¿la humanidad puede consumir los recursos naturales al máximo sin culpa? Y aquí, la respuesta es no, pero tiene matices.

En cuanto a lo alarmante de la crisis ambiental global podemos citar el estudio del grupo de científicos liderado por Will Steffen (Steffen et al., 2015), según el cual cuatro de nueve límites planetarios han sido rebasados debido a las actividades humanas. Estos límites definen el “espacio seguro de operación” para la humanidad, es decir, las condiciones que permiten la estabilidad del sistema terrestre en las cuales el ser humano puede existir por muchas generaciones (ver recuadro p. 196). Los límites que han sido rebasados son la integridad de la biosfera específicamente en términos de diversidad genética; el cambio climático como concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, los ciclos biogeoquímicos (específicamente los de fósforo y nitrógeno) y los cambios en el uso del suelo.

El marco de los límites planetarios
El estudio sobre los límites planetarios publicado por Will Steffen y un amplio equipo de investigadores en 2015 definió una serie de “fronteras” que, de ser traspasadas, ponen en riesgo la estabilidad del sistema Tierra, y con ello la sostenibilidad de la vida humana y de muchas más. En la gráfica se muestran los nueve límites y el estado en que se encontraban siete años atrás, cuando el estudio fue publicado. En 2015 aún no era posible cuantificar dos de los límites definidos: identificación de nuevas entidades (ya valorado en estudios más recientes como el de Persson et al. 2022) y carga de aerosoles atmosféricos, así como una de las variables de la integridad de la biosfera, aquella relativa a su papel funcional. Así lo plantean los autores: 

 

“La zona verde representa el espacio seguro de operación, la amarilla es una zona de incertidumbre (riesgo en aumento), y la roja es ya una zona de alto riesgo. El límite planetario en sí mismo se encuentra en la intersección de las zonas verde y amarilla”.



Con base en el marco de los límites planetarios establecido por Steffen et al. (2015),  otro equipo de investigadores (Persson et al., 2022) señaló que también ha sido rebasado el límite planetario relacionado con las nuevas entidades químicas, incluyendo el plástico. En otras palabras, sí hay motivos de alarma.

Volvamos a la segunda pregunta: cuando escuchamos frases como “Estamos destruyendo la vida” o “Somos la plaga del planeta”, ¿de quiénes estamos hablando?, ¿de la humanidad en su conjunto? Pensemos, por ejemplo, en la huella ecológica con la que estimamos la superficie terrestre y marina requerida para producir los recursos y bienes consumidos, así como la superficie necesaria para absorber los desechos generados utilizando la tecnología actual.

La huella ecológica promedio de cada persona es de alrededor de 2.7 hectáreas, aunque el planeta solo puede proveer a cada uno de aproximadamente 1.8 hectáreas. Pero ¿es igual el valor de la huella ecológica de todos los humanos? Evidentemente no, puesto que los patrones de consumo promedio difieren notablemente entre un país y otro. Un habitante promedio de Estados Unidos tiene una huella ecológica de 8.2 hectáreas, mientras que la de un mexicano es de 2.9 y la de un haitiano de 0.6.
También nos podemos preguntar si el impacto ambiental de todos los habitantes de un mismo país es similar. La respuesta es nuevamente negativa. En un país con un nivel de desigualdad tan grave como el nuestro, si dividimos el total de viviendas en diez partes iguales, una del decil superior de ingresos genera anualmente más del quíntuple de dióxido de carbono que una del decil inferior. En un país con menor desigualdad, como Francia, si bien hay diferencias significativas a este respecto entre hogares ricos y pobres, la proporción máxima es de aproximadamente el doble de dióxido de carbono emitido. Se estima que el 1 % de los más acaudalados en el mundo genera más emisiones de este gas que el 50 % de los más pobres.

Estas cifras nos llevan a reflexionar sobre el margen de maniobra que tienen las personas que “pesan” más sobre el planeta. Evidentemente, sería benéfico disminuir sus niveles de consumo. Por el contrario, en el caso de las personas marginadas, es comprensible que se requiera incrementar su consumo hasta el punto de permitirles un desarrollo físico, mental, emocional y social adecuado.

Las preguntas que surgen entonces son: ¿cómo podemos disminuir este impacto ambiental?, ¿se puede lograr exigiendo a cada uno de los individuos privilegiados que implemente acciones en su vida cotidiana como las que mencionamos al inicio? De acuerdo con el ambientalismo, uno de los discursos dominantes de las últimas décadas, esa sería la solución. El ambientalismo concibe a la sociedad como la suma de las acciones libres de cada individuo, pero esto implicaría que no está estructurada ni condicionada por un sistema político, económico y social. Esta perspectiva se critica como la despolitización de la problemática ambiental; no es considerada como un fenómeno colectivo y, por consecuencia, político.

Pero ¿de qué manera influye nuestro sistema económico, político y social en el medio ambiente? Tomemos como ejemplo al capitalismo, un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción, en el cual los propietarios de dichos medios adquieren el trabajo de los obreros para producir diversos satisfactores, de cuyo valor se obtiene una ganancia. Uno de sus objetivos es producir al menor costo posible para incrementar el capital. Para ello, este sistema implementa mecanismos de producción que pasan por alto los límites impuestos por la naturaleza, por ejemplo, la capacidad de carga de los ecosistemas.

Incluso en lo que se conoce como “capitalismo verde” existen ejemplos desastrosos, puesto que generalmente las soluciones respetuosas del medio ambiente son más costosas que las que lo destruyen. Uno de estos ejemplos es el de los “mercados de carbono”, creados con el fin de disminuir la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Funcionan así: una autoridad pública establece el límite máximo de emisión de dióxido de carbono. Cada empresa puede emitir un máximo, equivalente a un número determinado de “cuotas de carbono” (toneladas de dióxido de carbono). Si las empresas rebasan el límite señalado, deben pagar el excedente. Sin embargo, el precio por cada cuota no es fijo, sino que depende de las fluctuaciones del mercado mismo. Debido a que el número de cuotas se incrementó de manera excesiva, el precio de cada tonelada de carbono disminuyó demasiado y la operación de este mercado como regulador ambiental fracasó.

Fenómenos como la obsolescencia programada (mercancías con vida útil de corta duración) y la obsolescencia percibida (el consumidor piensa que el producto ha pasado de moda aunque aún sea funcional), ligados estrechamente al capitalismo, han tenido repercusiones ambientales desastrosas: un consumo de energía excesivo y la grave contaminación de aire, suelo y agua, entre otras.

Podríamos entonces suponer que la solución es cambiar de sistema económico, pero diversos investigadores han estudiado la relación entre los distintos sistemas económicos y el medio ambiente y han encontrado que su papel en cuanto a impacto ambiental es similar. En el caso específico de América Latina, los gobiernos de izquierda han sido, como los de derecha, en gran medida extractivistas. Otros factores parecen contribuir a un mejor manejo ambiental, como la democracia y el desarrollo humano de la población. En todo caso, lo importante es reflexionar sobre las causas profundas del deterioro ambiental para encontrar soluciones reales. Es un hecho que para proteger a la naturaleza necesitamos urgentemente replantear nuestros modos de producción.

Ahora bien, que existan factores con un impacto mayor sobre el medio ambiente que las acciones individuales no implica que debamos olvidarnos de ellas. De acuerdo con un estudio realizado en Francia por Dugast & Soyeux (2019), las acciones cotidianas de cada habitante de dicho país contribuirían con un tercio de los esfuerzos requeridos para cumplir con los acuerdos de París para mitigar los efectos del cambio climático.

Es conveniente realizar acciones en nuestras vidas cotidianas, pero también otras con impacto en nuestra colectividad. Así, algunas acciones útiles son: disminuir nuestro consumo de carne, evitar el desperdicio de comida, comprar solo los productos indispensables, evitar los viajes en avión, pero también informarnos a través de fuentes confiables sobre las condiciones ambientales de nuestra comunidad, de nuestro país y del mundo; usar nuestra voz para exigir a las industrias transparencia sobre sus mecanismos de producción y hacer uso de las redes para informar cuando las industrias atenten contra el medio ambiente; en los procesos electorales, votar por quienes tengan una agenda ambiental apropiada; exigir transparencia y rendición de cuentas a nuestros gobernantes y participar en la construcción de políticas públicas en materia ambiental.

A manera de conclusión: la crisis ambiental es real y enfrentarla es urgente. Para ello es necesario —pero no suficiente— implementar acciones cotidianas. Como ciudadanos tenemos la responsabilidad de informarnos, de involucrarnos políticamente, de aportar ideas, exigir y, a nuestra vez, informar. Como humanidad es indispensable replantear nuestros sistemas económicos, políticos y sociales con el fin de proteger a la naturaleza. A fin de cuentas, nosotros dependemos de ella para nuestra supervivencia y no a la inversa. 
Cecilia Lartigue Baca es bióloga por la UNAM, maestra en Ciencias por la Universidad de Edimburgo, Reino Unido, y candidata a doctora por la Universidad Toulouse II Jean Jaures. Ha trabajado en proyectos de gestión ambiental en el Instituto de Ecología de la UNAM y en el de Jalapa. Autora de artículos en revistas de divulgación y arbitradas, ha impartido cerca de 50 conferencias y ha sido jurado de diversos concursos sobre temas científicos y ambientales. De 2008 a 2014 fue coordinadora de comunicación en el Programa de Manejo, Uso y Reuso de la UNAM (PUMAGUA), del que fue coordinadora ejecutiva de 2014 a 2018.

Aquiles Negrete Yankelevich estudió Biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM, la maestría en la Universidad de Edimburgo y el doctorado en la Universidad de Bath, Reino Unido. Ha impartido cursos en en diferentes IES de México y el Reino Unido. Ha desempeñado puestos públicos y académicos en la UNAM, el INEGI, la CONABIO, el Instituto de Ecología y la PROFEPA. Es autor de artículos técnicos en libros y revistas nacionales e internacionales en los temas de ecología aplicada, software ambiental, evolución, así como enseñanza y comunicación de la ciencia, área en la que ha publicado varios libros. También narrador, ha publicado cuentos en distintas revistas y el libro Cuentos comunicantes (UNAM, 2018).

Los autores agradecen a la DGAPA de la UNAM por el financiamiento, a través del programa PAPIIT, al proyecto “Narrativas SciCOMM para la producción audiovisual”, que hizo posible la realización de este trabajo.


Referencias 
Dugast, C., & Soyeux, A. (2019). Faire sa part? Pouvoir et responsabilité des individus, des entreprises et de l’État face à l’urgence climatique. Paris: Carbone 4 (https://www.carbone4.com/wp-content/uploads/2019/06/Publication-Carbone-4-Faire-sa-part-pouvoir-responsabilite-climat.pdf).

Persson, L.; Carney Almroth, B. M.; Collins, C. D.; Cornell, S.; De Wit, C. A., Diamond, M. L.; Fantke, P.; … Hauschild, M. Z. (2022). “Outside the Safe Operating Space of the Planetary Boundary for Novel Entities.” Environmental Science & Technology 56(3): 1510-1521 (DOI: 10.1021/acs.est.1c04158).

Steffen, W.; Richardson, K.; Rockström, J.; Cornell, S.; Fetzer, I.; Bennett, E.; Biggs, R.; … Sörlin, S. (2015). “Planetary Boundaries: Guiding Human Development on a Changing Planet.” Science 347(6223) (http://dx.doi.org/10.1126/science.1259855).
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